Pablo Casado erró en su prospección europea, calculó una derrota histórica para el gobierno de Pedro Sánchez, visualizó al líder del PSOE regresando a Madrid escoltado por tres hombres de negro con voluminosas carpetas sobre recortes inminentes (como le ocurrió a Mariano Rajoy) y preparó un discurso para la ocasión. Esto le puede pasar a cualquiera, las cosas no siempre suceden como se dibujan en el despacho del spin doctor. Lo que deja especialmente mal parado al dirigente del PP es su intento de confundirnos, de hacernos creer que los 140.000 millones obtenidos de la Unión Europea constituyen un programa de rescate en toda regla. Está claro que deseó que así fuera, pero empecinarse en su sueño cuando ya se conocen los resultados de la negociación es tanto como asumir unas limitaciones en la percepción de la realidad que perjudican su imagen de teórico estadista.

La actitud de Casado tiene un punto de incomprensible porque destroza su propia estrategia, presumiendo que sus planes sean los de torpedear el gobierno de progreso avivando sus contradicciones hasta el punto de forzarlo a convocar elecciones en plena crisis económica. Habrá de aceptarse, incluso por su parte, que la supuesta ruptura del gobierno se intuye más lejana hoy que la semana pasada. Una inyección de fondos europeos como la conseguida por Sánchez cohesiona a cualquier gobierno, aunque tampoco constituye un antídoto milagroso para evitar los roces entre dos posiciones (económicas y sociales) que no coinciden plenamente. No parece que la exhibición de irresponsabilidad política (casi antipatriótica, según los cánones aplicados por su familia política cuando está en el gobierno) protagonizada por Casado en el Congreso vaya a ser un factor de aceleración de las diferencias entre PSOE y Unidas Podemos.

Pablo Iglesias es inmune a los ataques frontales del PP, los dirigidos contra a él y los compartidos con Pedro Sánchez. Lo que preocupa a Iglesias es el acercamiento del PP al PSOE, como el registrado ayer para aprobar las propuestas de sanidad y las europeas de la comisión para la Reconstrucción Social y Económica. Unidas Podemos ya ha comprobado como Ciudadanos se ha introducido en el círculo parlamentario del gobierno, a pesar de sus reticencias, y lo fácil que les resulta a los socialistas acomodarse a la presencia del partido de Inés Arrimadas.

No es ningún secreto que un acuerdo parlamentario sobre los presupuestos en los que participara el PP obtendría el aplauso de un significativo sector de la economía e incluso de la opinión pública con sede en Madrid. La hipótesis de unos presupuestos de amplio consenso es una pesadilla para Iglesias, que no tiene ningún reparo en advertir que serían incompatibles con su presencia en el gobierno. Es evidente que el amplio consenso que Bruselas agradecería solo es posible con la participación del PP. Tan evidente cómo que Unidas Podemos no tiene ninguna intención de romper el pacto de gobierno y menos desde que puede hacer cuentas con los 140.000 millones. Así pues, parece indiscutible que la tensión interna en el gobierno se acentúa mucho más con la proximidad del PP al PSOE que con el acoso de los populares a los socialistas.

Lógicamente, el adversario ideológico y electoral del PP es el PSOE y no Unidas Podemos; de ahí que Casado no esté dispuesto a reconocer ningún mérito ni éxito al presidente Sánchez, ni de presente ni de futuro. Ciertamente la aprobación de unos presupuestos generales por amplio consenso a gestionar por el actual gobierno de progreso es una manzana de mal tragar por el PP. De todas maneras, los presupuestos le garantizan a Pedro Sánchez una legislatura completa; pero no pacífica, a poco que Casado maneje algo mejor sus movimientos.

Al PP le pasa lo mismo que a ERC, con perdón, saben lo que tienen que hacer para obtener su objetivo, pero no lo hacen. En el caso de los republicanos, deberían salir ipso facto del gobierno Torra para forzar las elecciones. En la posición de Casado, lo suyo sería abrazarse a Sánchez con tanto afecto cooperador como para desatar todos los demonios interiores de Iglesias. Es muy probable que en la letra pequeña del acuerdo de Bruselas se puedan interpretar algunos compromisos en política laboral y empresarial que no satisfagan a Unidas Podemos. Unas disensiones que difícilmente avivarán los populares desde la trinchera, sino más bien desde la proximidad parlamentaria.

El peligro implícito para el PP en apoyar al gobierno de progreso (aceptando que la prioridad del interés general es compatible con la siembra de la cizaña) es que PSOE y Unidas Podemos fueran capaces de abstenerse del veneno de la desconfianza y de asumir las aportaciones de los populares como una inversión justa para estabilizar un consenso inédito. Entonces Casado podría tener la sensación de haber consolidado el liderazgo de Sánchez y muchos de los suyos se lo echarían en cara. Sin embargo, el país se lo agradecería a él y a todos, porque las circunstancias no son tranquilizadoras, a pesar del éxito europeo.