En España como en tantos otros países del mundo, estamos viviendo tiempos convulsos que vienen acompañados de grandes incertidumbres de presente y futuro, ya que una afección vírica hasta hoy desconocida ha provocado una injusta y cruel pérdida de vidas humanas acarreando tras de sí una tan profunda crisis económica que ya casi nadie recuerda más que en archivos y hemerotecas.

Se ha puesto encima de la mesa el drama del déficit sanitario ante tamaña pandemia obligando a los héroes profesionales de la sanidad a multiplicar su actividad hasta el agotamiento en atención a tanto damnificado. Además, el obligado confinamiento de toda la ciudadanía en su larga y quizás innecesaria duración por simple imprevisión, ha precipitado el estrepitoso derrumbe de la economía en todos sus niveles, añadiendo al drama una enorme destrucción de empleo y con ello la ruina de nuestras balanzas e indicadores económicos.

Si cabe, además, que en nuestro país hemos concentrado nuestra potencia económica en el sector terciario, con el turismo como cómoda solución de obtención de riqueza, nos veremos abocados a insospechados niveles de empobrecimiento que además, si se me permite, no podemos confiar en recuperar volviendo al pasado, pues la sociedad de consumo habrá mutado irreversiblemente a otros sistemas y soluciones.

Si añadimos el condimento de que tenemos al frente del país el peor Gobierno de nuestra historia democrática, individual y colectivamente, sin que consecuentemente se alcance la talla y nivel de preparación necesario en unos gobernantes sobre los que involuntariamente hemos depositado tamaña responsabilidad.  Personas sin experiencia alguna, ínfimos niveles de formación y un notable grado de indocumentación conforman lamentablemente una mezcla explosiva cuya onda expansiva lamentablemente nos va a alcanzar a toda la población, marcando un rumbo del país que conduce a una segura colisión e inevitable hundimiento ante la desesperación del pasaje que somos todos.

Por supuesto que las intenciones políticas cargadas de perversidad por las que intentaré pasar de puntillas, apuntan a conseguir que la sociedad civil, los ciudadanos, nos desquiciemos con tanto vaivén, escalas de confinamiento o de desescaladas, que es la más eficaz manera de anular voluntades, amputar objetivos y condenar ilusiones de convivencia y progreso.  Para los fines que se persiguen es perfecto el sistema del secuestro social puesto que mientras los ciudadanos aplican toda su energía restante en la propia subsistencia en ruina y soledad con nula, por tanto, capacidad organizativa y de respuesta, nuestros gobernantes hallan expedito el camino del decreto, la desinformación, la manipulación mediática y la mentira.

Y no seré yo hoy aquí quién defina de qué sistema político estamos hablando que miente, manipula, anula y arruina a la gente para obtener su sumisión secuestrando voluntades sin capacidad de respuesta mientras se lucra la cúpula dirigente.

Pero la sociedad poco a poco despierta, pues es absolutamente necesario que encontremos la Casa de la Libertad, aquel refugio donde quepamos todos sin excepciones y esa casa se está construyendo alrededor de un concepto que se nos dio a conocer como instrumento de salvación. La ciudadanía de forma silenciosa, tal vez cada día menos, anda construyéndola y laboriosamente se van encajando las grandes piezas del casco de la nave, quilla, cuadernas, codastes, timón, cubierta sobre la línea de flotación y sobre todo una gran manga y puntal, pues su destino es albergar a todos en su interior e iniciar la singladura  en un gran y común espacio.

España necesita una gran Casa en la que quepamos todos, que nos acoja acompañados de nuestra cultura, nuestra historia, todas aquellas sensibilidades, emociones, costumbres y tradiciones que nos hacen diversos pero idénticos, diferentes pero iguales, es decir, definitivamente libres. Un refugio a salvo de dificultades y catástrofes, ya sean físicas, sociales o económicas, para ofrecer seguridad en la convivencia, solidaridad frente al egoísmo y sobre todo concordia ante todas aquellas tentaciones totalitarias de caudillos, jefecillos o personajes cuya desmesurada ambición pretendan conducirnos al precipicio.

Los españoles somos producto de la sangre fenicia, romana, árabe, bárbara, celta, clásica, renaciente e ilustrada, hemos sobrevivido a invasiones, saqueos, genocidios, conquistas y dictaduras, y lo vamos a seguir haciendo, pues el progreso no es más que mirar a un horizonte limpio y en libertad.

Superaremos todas las pruebas juntos quienes creemos en esa bien merecida condición de ciudadanos libres e iguales y doy por seguro que en esa gran Casa de la Libertad  no tendrán cabida solo aquellos que odian, aborrecen, insultan, oprimen y pretenden someter a la población. Aquello que habremos construido en el astillero de la solidaridad ciudadana, afrontará las tempestades manteniendo el rumbo que nos lleve al progreso y al futuro con toda la flota europea que aspira a idénticos ideales.

Y habiendo utilizado la referencia de la gran Casa como el Arca bíblica del Génesis, quisiera concluir éste llamamiento con una obligada cita al irrepetible cineasta y maestro italiano Federico Fellini en el título de una de sus geniales producciones.  “E la nave va”.

Permanezcan atentos a la pantalla.