Podría contarte muchas cosas. Algunas ya las sabes; otras, no he sido capaz de transmitírtelas. Porque ha llovido mucho desde aquella tarde de otoño en la que un amigo me llevó a la calle de la Sal, en el corazón de la Barceloneta, una tarde en la que la humedad hacía relucir el suelo y la brisa del mar calaba hasta los huesos. En el número 5, una puerta verde, con nombres escritos en letras negras que no tuve tiempo de leer, custodiaba uno de los lugares en los que todo lector se quedaría a vivir. Cuando entramos, casi no se te veía, detrás de pilas de libros, sentado frente al ordenador y el teléfono en la mano. Tuvimos tiempo de curiosear y de hablar, hablar mucho.

A esa tarde le siguieron otras en las que maduré, en las que conocí a escritores que sin ti nunca hubieran llenado mis estanterías: Mankell, González Ledesma, Márkaris, por citar solo a tres. Descubrí que hay otras formas de escribir, de contar historias, de vivir la literatura, de hacer realidad la ficción. Porque a ti siempre te han gustado los retos, cumplir un sueño. Y lo conseguiste, siempre la cultura del esfuerzo, con Montse a tu lado, otra luchadora como tú sin la que nada hubiese sido igual. A pesar de todo y de todos, a costa de muchas horas, quizás de la salud.

Porque a ti siempre te han gustado los retos, cumplir un sueño. Y lo conseguiste, siempre la cultura del esfuerzo, con Montse a tu lado, otra luchadora como tú sin la que nada hubiese sido igual

Mis primeros pasos como escritora los di en el suelo de Negra y Criminal, mi primer manuscrito pasó a formar parte de esas paredes y se impregnó de la música de jazz, hasta convertirse en una novela real, tangible, después de un periplo que tú y yo sabemos y que recordábamos siempre con una sonrisa. Y llegó el día en que se presentó, en un sábado de primavera, entre vino y mejillones. Muchas fotografías me recuerdan la alegría de ese día, de estar en la librería Negra y Criminal como autora, luciendo la camiseta negra que lo certificaba y casi ni creérmelo.

Podría contarte que cuando hablábamos de autores, de libros, el tiempo no pasaba. Que disfruté con el recibimiento que hiciste a Márkaris con esa pancarta en la que ponía: “Pan, educación y libertad”. Que siempre te recordaré en Barcelona Negra, recorriendo los pasillos del Ateneo, la primera vez que fui invitada a participar, gracias a ti. Que supe por tu mirada en ese mes de julio, en la Semana Negra de Gijón, que habías tomado una decisión, aunque ese día no quisiste decirme nada: “Este es un festival para que los autores disfrutéis, no vamos a arruinarlo con malas noticias”. Que sentí rabia por la hipocresía de los que se lanzaron a comprar libros porque se anunciaba el final, cuando hubiesen podido hacerlo antes, mucho antes. Que no pude estar contigo ese día de octubre cuando pusiste fin a esa librería hecha del mismo material de los sueños, pero que me dolió igual o más. Que compré tu Sangre en los estantes porque leerlo era como hablar contigo sin tenerte delante. Que desde entonces nos hemos visto poco, aunque para mí han sido instantes de cariño y de admiración, como siempre.

Podría contarte tantas cosas que creo que lo dejaré para la próxima vez que te vea.