Por ahora, lamentablemente, todavía siguen sin reconocerlo de forma pública e inequívoca; sin embargo cada vez son más los dirigentes del movimiento secesionista catalán que asumen que ya no puede dar más de sí aquella vía de la unilateralidad que habían venido manteniendo de forma inalterable desde los mismos comienzos de su procés, esto es durante estos últimos siete años. Es probable que tarden en reconocerlo públicamente y sin ambages, entre otras razones porque cuando terminen haciéndolo, como un día u otro harán, chocarán no sólo con organizaciones civiles como la Assemblea Nacional de Catalunya (ANC) y Òmnium Cultural (OC) que parecen haber escapado de su férreo control partidista y gubernamental, sino también con algunos grupos sin duda aún mucho más radicales, como las Candidatures d’Unitat Popular (CUP) y los comitès de defensa de la república (CDR), entre otros. Chocarán, en definitiva, con un más o menos elevado porcentaje de los cerca de dos millones de ciudadanos de Cataluña que han venido concediendo su apoyo en las urnas al separatismo y que siguen creyendo, en una sorprendente y muy prolongada demostración de fe ciega, en la efectividad de aquella hoja de ruta secesionista basada en siempre la vía unilateral. No obstante, algún día llegará el momento de este reconocimiento. Esperemos, por el bien de todos, que sea más pronto que tarde.

Por mucho que amplios sectores separatistas se empeñen aún en asegurar que “lo volverán a hacer”, nada más lejos de la realidad. Lo de “lo volverán a hacer” es, ya de entrada, una fórmula muy curiosa de propaganda política. Entre otras razones porque no concretan a qué se refieren en concreto, como no sea a la repetición de todo lo que desgraciadamente sucedió en Cataluña entre los meses de agosto y octubre de 2017, que terminó con el coitus interruptus o gatillazo de aquella proclamación de la República Catalana suspendida de inmediato, al cabo de tan solo ocho segundos, sin ni arriar siquiera ninguna bandera española en ninguna sede de la Generalitat, con la fuga inmediata y secreta a Bruselas del entonces todavía presidente Carles Puigdemont y de algunos consejeros de su gobierno, la detención y posterior procesamiento de otros miembros del mismo, y la aplicación en Cataluña del artículo 155 de la Constitución. ¿Se refieren realmente a esto aquellos que prometen que “lo volverán a hacer”?

Basta observar con un mínimo de atención lo que ocurre desde hace algunos meses entre los dos principales partidos secesionistas –es decir, Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y Junts per Catalunya (JxCat)– para comprender la magnitud irreversible e inapelable del fracaso del unilateralismo, y por extensión al conjunto del procés. La consecuencia más evidente y notoria de todo ello es que el independentismo no tiene ahora ya ninguna hoja de ruta, algo así como una mínima agenda a corto, a medio e incluso a largo plazo. No existe ya ninguna estrategia política, equivocada o no. A lo sumo hay tacticismo cortoplacista. Lo demuestran, por ejemplo, los extraños y contradictorios pactos poselectorales suscritos tanto por ERC como por JxCat, e incluso por las CUP.

En el movimiento secesionista catalán se impone ahora, en especial después de las recientes elecciones municipales, la vieja norma latina del carpe diem. Esta es la única hoja de ruta real del independentismo. El carpe diem de Horacio, el epicúreo consejo de “aprovecha el instante”, es la sola norma que practican todas las formaciones separatistas. Solo de esta manera se pueden entender pactos tan diferentes, en muchos casos más que contradictorios, que han llevado a la práctica las formaciones secesionistas ya citadas, tanto en gran número de municipios como en las diputaciones provinciales. No solo no ha habido una política de unidad entre los partidos independentistas; ha habido también exclusiones e incluso vetos explícitos entre ellos. En definitiva, se trata de un carpe diem que parece esconder algo mucho más prosaico y sencillo, aquello de “¡sálvese quien pueda!”.