El escenario político catalán ha saltado por los aires. El PSC ha tirado las fichas y vuelve a empezar la partida. Lo supimos por sorpresa después de que los protagonistas, Salvador Illa, Miquel Iceta e Iván Redondo, lo negaran por activa y por pasiva, para hacer efectiva la máxima del jefe de gabinete del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, la política es el arte de lo que no se ve. Y ciertamente, nadie lo vio, pero la jugada ha puesto al PSC por primera vez en años --nos remontaríamos a 2008--  en la pole position de la política catalana.

El movimiento llevaba tiempo cuajándose. Además de los tres citados solo lo sabía el presidente. Los demoscópicos habían puesto el dedo en la llaga. Iceta iba a sacar un buen resultado, pero seguramente insuficiente para marcar la agenda y el ritmo del gobierno que surgiera de las elecciones del 14F. Sin embargo, con Salvador Illa cambiaba el escenario. Es el político mejor valorado, tras Junqueras, es percibido como un hombre de orden y como la solución al conflicto por electores de ERC, PSC, Comunes e incluso sectores independentistas, amén de muchos indecisos que en 2017 votaron Ciudadanos. También su gestión de la pandemia está bien valorada porque Illa es un bálsamo de aceite cuando la tónica diaria de la política es la bronca cainita y el enfrentamiento más barriobajero.

Dos meses de trabajo en silencio de este grupo fue perfilando la situación que se soltaría como una bomba el día que el PSC decidiría su candidato a la presidencia de la Generalitat. Por primera vez, insisto, candidato a presidente no candidato sin más. Para tejer la jugada, Carolina Darias, ahora sustituta in pectore de Salvador Illa al frente del Ministerio de Sanidad empezó a calentar la banda. La ministra todavía de Administración Territorial acudió con Illa a las reuniones de la Interterritorial de Sanidad e incluso le acompañó en varias ruedas de prensa. El movimiento empezó a cuajar, pero solo hace unos días José Luís Ábalos, Carmen Calvo y Adriana Lastra tuvieron conocimiento de la jugada, que hasta los adversarios califican de audaz.

El PSC quiere ser decisivo en Cataluña. Si gana porque no emulará el silencio de Inés Arrimadas en 2017, una inanición que la llevará, en volandas, hasta la irrelevancia tres años después. Si pierde, quiere tener el fuelle y la fuerza suficiente para marcar al Gobierno que salga y, sobre todo, varar en el barro a la clásica mayoría independentista. Cuenta para ello con un gran aliado, el eje político de las elecciones catalanas ya no será la independencia. Ahora entran otras variables, la gestión del Govern, la gestión del Gobierno --apoyada por un amplio número de electores--, la economía, la crisis, y el futuro de la pandemia.

Y un elemento a tener en cuenta. La gente ya no apuesta por la independencia, o lucha contra la secesión, sino que los catalanes temen la decadencia. Esta decadencia ya no es etérea, está aquí, se puede tocar, y las encuestas, las tripas de las encuestas, auguran un BASTA YA. A esto se acoge el PSC. Hace cinco años, Iceta salvó los muebles de un partido al que muchos enviaban ya a la papelera de la historia. Hoy, cinco años después el socialismo catalán rompe moldes con la “operación president Illa”, pero también con el fichaje del número dos de Ciudadanos en Tarragona o la vuelta a casa de Gemma Lienas que del maragallismo marchó a Catalunya Sí que es Pot y que ha iniciado el camino de vuelta a su casa de siempre, el PSC.

El ajedrez aleatorio ha provocado el inicio de una nueva partida. Todos se han apresurado a criticar a Illa, a ponerlo a bajar de un burro. Seguramente, el efecto deseado por los promotores de la idea. La dura crítica de todos contra Illa le da una fuerza adicional a una persona que se presenta como la solución, como el creador de las vías de solución, a un conflicto enquistado sí, pero sobre todo, como la solución al desgobierno en el que Cataluña se ha sumido en los últimos 10 años, desde que José Montilla salió por la puerta de atrás de la presidencia. Ahora, muchos le añoran.

La política es el arte de lo que no se ve, repite hasta la saciedad Iván Redondo. La jugada ha sido maestra porque rompe moldes. Ahora solo hace falta comprobar si acaba en jaque mate. Y no se descuiden, no será la última sorpresa. Quedan más de 40 días, que en la política de hoy son una eternidad.