Nuestro gobierno ha demostrado ser hábil en muchas cosas, pero con lo del campo la está liando gratis, probablemente por estar formado fundamentalmente por urbanitas.

Asumir en la agenda prioritaria el reto demográfico está muy bien, España lleva camino de ser México o Argentina, con una mega urbe que absorbe todo mientras en paralelo el resto está condenado a la nada, lo cual no deja de ser una paradoja en el estado más descentralizado de Europa y en el que se prima la representación de las provincias pequeñas.

Pero hoy Madrid es muchísimo más importante en la economía real (y en la cultura) que antes del regreso de la democracia. En periodo electoral estamos cansados de escuchar que el voto de Soria o Teruel pesa mucho más que el de Madrid o Barcelona, o de la fragmentación del parlamento con una pléyade de partidos nacionalistas, regionalistas o simplemente localistas...pero al final todo eso sirve de bien poco.

El que hay de lo mío se circunscribe a las necesidades de corto plazo de los políticos y, con suerte, a alguna infraestructura que hace de nuestro AVE un cercanías con paradas en todas las pedanías. Pero de lo de comer se ocupa poca gente o nadie, como mucho se ha facilitado el acceso al PFEA, antes conocido como PER, es decir, un atajo al subsidio de desempleo para los trabajadores temporales en el campo. Pero eso es simplemente un parche, que además ha devenido en un vicio, y no una solución.

La única manera de anclar la población en los pueblos y villas españolas es dándoles un horizonte económico razonable, y salvo contadas excepciones, hay que ser consciente que los pequeños pueblos subsisten por la agricultura y algunos por el turismo.

A partir de ahí, economía de servicios de bajo valor añadido, sobre todo comercio y restauración. Pero el motor es, sobre todo, el campo. Cuantitativamente significa poco, menos del 3% del PIB nacional, pero cualitativamente es muy importante porque es lo que hace que vivir en los pueblos tenga sentido económico y no se conviertan en un parque temático o en un bucólico asilo.

Nuestro país es grande, el segundo más extenso de Europa tras Francia, y nuestra población tiende a concentrarse en la costa y sobre todo entorno a la capital, Madrid. Y dentro de cada provincia las capitales atraen más y más porque las oportunidades de trabajo, ocio, estudio....están en las ciudades. Vivir en un pueblo no es nada sencillo, pero hay muchos en España y constituyen una riqueza a la que no podemos renunciar.

El 40% de la población vivimos en ciudades de más de 100.000 habitantes...pero éstas solo representan el 1% del total de poblaciones, mientras que el 61% de las poblaciones tienen menos de 1.000 habitantes y concentran solo al 3% de la población. España es una mezcla de unas pocas grandes urbes, cada vez mayores, y desiertos salpicados con pueblecitos maravillosos, pero la mayoría poco viables económicamente.

La entrada de España en la Unión Europea significó un empujón sin parangón para nuestra modernización. Nuestros socios europeos financiaron un cambio impresionante de nuestro país. Tenemos la mejor red de tren de alta velocidad, autopistas y autovías increíbles, aeropuertos en cada esquina..., toda una riqueza pero que también ha ayudado a despoblar aún más los pueblos.

Las capitales de provincia, y sobre todo Madrid y Barcelona, se han modernizado y son equiparables a casi cualquier ciudad del mundo civilizado. Pero a cambio de estas ayudas nuestros socios europeos fueron comprando industrias y, también, decidieron qué podíamos producir en el campo y qué no mediante la famosa Política Agraria Común (PAC).

Lo que ocurrió con la cabaña agraria es un buen ejemplo, sacrificamos vacas pero a cambio desarrollamos una de las industrias porcinas más potentes del mundo. Y eso aplica con el aceite, el vino, los tomates,... con todo. En España se cultiva lo que Europa nos deja cultivar, para eso nos han pagado un buen número de restructuraciones.

Echar a los hipermercados la culpa de los males del campo es propio de desinformados o intoxicadores. El campo vive en gran medida de la exportación y de la venta a través de la empresa pública Mercasa, el gran mayorista de alimentos con sedes en todas las capitales de provincia donde las tiendas especializadas, los supermercados, los restaurantes... hacen sus compras.

Si se quiere intervenir los precios hay que ayudar a la exportación y regular tanto la importación como al gran mayorista, Mercasa. Pero es ridículo, o perverso, echar la culpa a los hipermercados, responsables de menos del 10% de las compras totales del campo.

La fijación de precios de los productos del campo no es nada sencilla. Un tomate rosa de Barbastro, unos espárragos de Tudela o un plátano de Canarias compiten con productos premium de medio mundo, pero también con frutas y verduras de China, Latinoamérica o norte de África. Porque hay quien quiere, y puede, pagar cinco euros por un kilo de tomates y quien no puede, o no quiere, pagar más de 20 céntimos, precio alto para el tomate marroquí.

Restringir los problemas del campo al SMI no tiene sentido. Como no lo tiene centrarse en los hipermercados, un canal que gana muy poco y que en algunos casos usa a España como fuente de suministro y constituye un excelente canal de exportación sobre todo hacia Francia y Alemania. Carrefour, Auchan, Makro, Lidl y ALDI, entre otros, si algo hacen es abrir sus tiendas europeas a todo productor que quiera exportar.

Otro elemento relevante en la compleja situación del campo son los aranceles. Pocas cosas concitan más consenso que la opinión que tenemos sobre Trump, pero hay que ser consciente que tiene más peligro que un mono con dos pistolas, especialmente este año electoral.

Ojo a los impuestos quijotescos a las tecnológicas que el rebote en modo aranceles a los productos del campo está asegurado. No hay estado con más orgullo y autoestima que Francia...pues Francia ha parado la implantación de los impuestos, más que razonables, a las tecnológicas porque no quiere problemas en Estados Unidos con su vino, moda y perfume. Así es la política que hacen los mayores, no siempre bonita, pero realista, pensando en sus administrados y evitando escupir al cielo.

El campo necesita muchísimas cosas. La primera probablemente es acceso a internet. Las carreteras ya están, y ahora sirven más para huir que para quedarse. Internet ayudaría a fijar, aunque no se le puede pedir sacrificios a empresas cotizadas.

El sobrecoste debería estar sufragado por el Estado, lo mismo que el mantenimiento de ciertas oficinas bancarias. Son servicios básicos, pero no se puede pedir a empresas cotizadas que estropeen sus números cubriendo lo que tendría que hacer el Estado. Cuanto más corra la tecnología más grande será la distancia entre el campo y la ciudad, algo similar a lo que ya ocurre con la sanidad.

Podemos hacer trasplantes de cara, corazón, riñón, ... curar casi todos los cánceres, salvar a las personas que padecen un infarto o un ictus...siempre y cuando vivan en el lugar adecuado. Cada año la mitad de los licenciados en medicina no tienen acceso a la salud pública por un mecanismo obsoleto y mal dimensionado, el MIR y, de hecho, importamos médicos, pero simultáneamente faltan especialistas, médicos de familia, sanitarios y todo tipo de cuidados en media España.

Y lo mismo ocurre con los maestros. Y así siguiendo con un gran número de servicios. Lo de menos para el campo son las carreteras, el tren y el poder de compra de los hipermercados.

El mundo rural se ancla con soluciones reales, que afecten a los ciudadanos reales, no con control de precios en un único canal, impuestos y peonadas. Claro que para pensar en soluciones hay que pisar algo la calle. Nuestros políticos saltan de la universidad a la política, cuando han ido a la universidad, y mirando encuestas y estadísticas es imposible que sepan que es lo que ocurre.