El próximo jueves 23 de julio es Santa Brígida, patrona de Europa, pero da igual porque en Cataluña será Sant Jordi, si la situación sanitaria lo permite. De momento, el sector del libro de Lleida ya ha tenido que cancelar las celebraciones previstas para tan señalada fecha.

A mí, personalmente, la Diada de Sant Jordi hace tiempo que no me gusta: se ha vuelto demasiado comercial, no soporto las aglomeraciones y además no soy “groupie” de ningún autor. Si algo he aprendido en esta vida es que, si te gusta mucho un escritor, mejor no lo conozcas personalmente: corres el riesgo de que te caiga mal.

Quizás un Sant Jordi veraniego tenga más gracia. Me encantaría ver a escritores y escritoras firmando libros en bermudas y camisas hawaianas estampadas con palmeras y cocoteros. La camisa hawaiana es la prenda más favorecedora del mundo, especialmente en los hombres. También estaría bien que en los puestos de libros ofrecieran mojitos y piñas coladas, y regalasen colchonetas inflables y sombrillas con poesías estampadas.

Otra razón por la que no me suele gustar Sant Jordi es porque coincide con la explosión de la primavera, la estación más sobrevalorada del año: alergia, resfriados, lluvias inesperadas, enamoramientos repentinos… Prefiero el achicharramiento veraniego que la montaña rusa emocional de los meses de abril y mayo, cuando mi corazón (y mis hormonas) van por libre, estrellándose contra cualquier amor imposible.

Hablando de amores imposibles, uno de mis mejores Sant Jordi fue hace cuatro años, cuando me invitaron a firmar mi última novela en el estand de una librería de Premià de Mar. Un minuto después de sentarme detrás del alegre tenderete que habían montado en la plaza del pueblo, se puso a diluviar, esfumándose cualquier posibilidad de vender mi libro. Sin embargo, el destino me compensó con la visita sorpresa de un viejo amante, que se presentó en la plaza de Premià totalmente empapado, con una rosa en la mano. Si este jueves vuelve a presentarse por sorpresa con una rosa y en camisa hawaiana, prometo darle una oportunidad.

El año anterior, en cambio, tuve una diada de Sant Jordi bastante más desastrosa. Mi diario personal me recuerda que ese día, mientras desayunaba tostadas con mermelada, me puse a revisar Facebook, y lo único parecido a un mensaje de amor fue la nota de un amigo colombiano asegurándome que él era el diablo personificado y que le debía no sé cuántas comidas. El amigo en cuestión, Santiago, me volvía loca. De él aprendí que los “paisas”, el apodo que reciben los habitantes de Medellín, tienen un sentido del humor excelente, pero también que nunca llegaría a ser una “sicarita” como él, y que mi espalda de catalana burguesa no estaba hecha para dormir en una hamaca. 

Después de desayunar las tostadas me tocó bajar a Barcelona para firmar libros junto a mi ex. Juntos presentábamos Viaje al Ussuri: tras los pasos de Derzu Usala, (Edicions Altair), un libro que coescribimos al regresar de un increíble viaje por la taiga rusa, poco antes de cortar. Estoy segura de que por algunas aldeas inhóspitas entre Vladivostok y Khabarovsk nuestras peleas aún hoy son leyenda.

Sorprendentemente, ese día mi ex y yo nos comportamos bastante bien, y hasta sonreímos y bromeamos con todo aquel que se acercó a comprarnos el libro. Supongo que me puso de buen humor comprobar que él había perdido bastante pelo, y yo todavía no. 

Al terminar la firma de libros, recuerdo que vino mi familia a rescatarme de la masa humana que subía y bajaba por la Rambla y me llevaron a almorzar a la terraza del Ponsà, en Enric Granados. Pedimos tortillas de chanquete y croquetas de primero, y albóndigas con setas y lentejas estofadas de segundo. Es curioso lo que llego a apuntarme en mi diario. Me pregunto qué anotaré después de esta Diada de Sant Jordi veraniega. ¿Veré a escritores en camisa hawaiana? ¿vendedores de libros en la playa? Lo que tengo muy claro es que le pediré a mi padre que me prepare unos mejillones al vapor y un arroz de pescado, y que antes vaya a cortarme unas rosas del jardín. Son las últimas supervivientes de esta primavera confinada.