El cinismo de algunos roza a veces el esperpento. Todos recordamos a los tránsfugas Tamayo y Sáez. Aquellos diputados electos bajo una lista, la socialista, que vendieron su voto, o mejor su ausencia, para convertir hace años a Esperanza Aguirre en presidenta de la Comunidad de Madrid. Aquellos personajes fueron silenciados. Su traición –así la definían la práctica mayoría de medios (incluidos los catalanes de pro)– dio nombre al Tamayazo. Fue una forma sutil de traición, propia de los más babosos en el uso de la palabra demócrata.
Aquí hemos visto un acto similar: el abandono de un partido por el cual han sido elegidos. Pero Cataluña es diferente. Fíjense: no sólo no ha sido denostado, sino peor aún: resultó elevado al altar de la democracia. Los traidores no sólo tienen más minutos en los medios ultranacionalistas como TV3 y los diarios subvencionados –¡llamemos a las cosas por su nombre!–, sino que son recompensados por el astuto presidente de la Generalitat, Artur Mas, en su lista electoral. Para más inri, esos traidores en su mezquindad se hacen llamar ‘Demòcrates de Catalunya’.
No se les conoce más profesión que vivir de rentas o ser hijos de alguien bien posicionado
La suya es una denominación más ultra que sus propios actos. Que unos personajes clasistas se apropien de la palabra democracia puede entenderse sólo bajo un concepto simple: ellos han vivido de la democracia todos estos años. A ninguno se le conoce otra profesión que ser hijos de alguien bien posicionado, vivir de rentas o trabajar en las empresas de sus papis o abuelos. Y, curiosamente, aunque a veces se oculte, vivir así en estos tiempos quiere decir haber mamado (sí, mamado en teta) por ascendente durante muchos años de aquellos fascistas que ahora dicen denostar. Por si no se ha entendido, son herederos indirectos de Franco. Familias de esas de brazo en alto cuando pasaba el general.
Por otro lado, apropiarse de la palabra Cataluña ya es tan habitual en el pensamiento de algunos que lo podemos obviar. Como se dice en muchas ocasiones, lo peor de la situación política no es la independencia en sí. Al contrario, es respetable como cualquier pensamiento. El problema es esa sucinta idea de considerar solo buenos catalanes a los que piensan en independencia. El resto son los malos catalanes o incluso no catalanes. Esa idea clasista y claramente étnica esconde realmente a personajes de la antigua Unió Democràtica de Catalunya como los Castellà, Gispert, o Rigol. Todos ellos, gente con un pasado –personal o familiar– rendido al más puro fascismo.
Si Tamayo fue condenado al ostracismo, algunos creemos que por bien social, lo mismo debería suceder con los traidores de UDC. Al final, todos los que se prostituyen en política lo justifican por el placer, hasta por las ideas. Pero seamos sinceros, en su mayor parte lo practican por algo tan espurio como el dinero. “Roma no pagaba traidores” decían. Artur Mas, el astuto, está claro que no tiene orígenes tan imperiales. Aunque le fastidie sus pensamientos son más cercanos a Esperanza Aguirre. Ya saben: alguien de clase alta con una supuesta empatía y capaz de hacerse diablo por un cargo.