Banco Santander y BBVA anunciaron esta semana cambios notables en sus respectivas cúpulas. En ambos casos surtirán efectos desde el 1 de enero próximo. En el primero, la presidenta Ana Patricia Botín sorprendió a todo el mundo con la sustitución del primer espada José Antonio Álvarez por un profesional foráneo, el italiano Andrea Orcel, hasta ahora consejero delegado de banca privada del coloso suizo UBS.

A la vez, el gran timonel de BBVA, el incombustible Francisco González, que dentro de poco sopla nada menos que 74 velas, comunicó al consejo su renuncia. Entregará el testigo presidencial a su número dosCarlos Torres.

Los cambios son, sin duda, muy relevantes. Atañen a dos de las principales corporaciones privadas de España, una y otra con tentaculares actividades que se extienden por medio mundo.

Vayamos por partes. En el Santander, con el recambio de Álvarez por Orcel, la jefa suprema Ana Patrica Botín da por culminada la completa remodelación del consejo de administración que heredó en septiembre de 2014, tras la súbita muerte de su padre, el irrepetible Emilio Botín.

El actual consejo tiene poco que ver con el existente cuatro años atrás, cuando la “pubilla” tomó posesión. De los catorce componentes sólo subsisten cuatro: la propia Ana Botín, su hermano Javier, el eviterno Rodrigo Echenique Esther Giménez-Salinas.

Por el camino causaron baja, entre otros, los expolíticos populares Abel Matutes e Isabel TocinoJavier Marín, el último consejero delegado designado por Emilio Botín; el banquero de la casa Juan Rodríguez Inciarte; y el veterano Fernando de Asúa.

En la criba de esta semana, Ana P. se ha desprendido de dos personajes sobradamente curtidos: Juan Miguel Villar Mir, de 86 años, enfangado en varios sumarios de corrupción política; y Guillermo de la Dehesa, con 77 primaveras, quien ejerció de secretario de Estado de Economía en los años ochenta, en la ya lejana etapa de Felipe González.

Ana Botín ha confeccionado un órgano de gobierno a su medida. En él se incluyen cinco mujeres. Como se sabe, la presidenta es una firme entusiasta de promover a las féminas en todo el escalafón del banco.

Dos de las nuevas consejeras representan el cupo catalán en el gigante norteño, la antes citada Esther Giménez-Salinas, exrectora de la Universidad Ramón Llull, y la discreta Sol Daurella, gran jefa de Coca-Cola en Europa, casada en segundas nupcias con el controvertido comisionista Carles Vilarrubí, al que todavía persiguen por los juzgados los fantasmas de sus viejos negocios con el sablista Jordi Pujol Ferrusola.

Es de destacar que al ahsta ahora consejero delegado José Antonio Álvarez no queda en la cuneta. La presidenta lo ha promovido a vicepresidente ejecutivo del grupo y presidente de Santander España, con lo que premia su fidelidad inquebrantable a la casa.

Sólo el paso del tiempo dirá si los recambios resultan acertados. Los retos que afronta el grupo no son flojos ni desdeñables. El más inmediato reside en la plena integración de Banco Popular en su estructura. Pero también habrá de lidiar con los desafíos que supone la banca digital y el advenimiento en tromba de nuevos actores al sector. Asimismo se halla sobre la mesa la confección del plan estratégico, en el que Orcel dejará sin duda su impronta.

Pero por encima de todo, Ana Botín y su flamante escudero habrán de esmerarse en un asunto que resume como pocos otros el acierto o desacierto de la gestión. Me refiero a la evolución del cambio del Santander en bolsa, que este año se ha despeñado nada menos que un 18%.

Si tomamos este importante indicador, la égida del exbolsista Francisco González en BBVA arroja un saldo calamitoso. Este personaje fue nombrado en 1996 presidente de la banca pública Argentaria, por el dedazo de Rodrigo Rato. Luego articuló la fusión con Banco Bilbao Vizcaya. En el año 2001, aprovechó la aparición de unas copiosas cuentas secretas en el paraíso fiscal de Jersey para desembarazarse de la vieja guardia vasca y se hizo con el mando completo.

Tras casi 18 años de presidencia absolutista, su gestión ha sido poco afortunada para los accionistas, que son –no se olvide–, los verdaderos dueños del banco.

Cuando González asumió el cargo, la capitalización de BBVA se cifraba en 45.000 millones. Esta semana ronda los 36.600 millones. Tras 18 años de administración de González, los socios de la casa pierden hasta la camisa. Sólo en el presente ejercicio el título se ha hundido en bolsa un 21%.

Por cierto, en este largo periodo, Francisco González se ha embolsado entre sueldos, fondos de pensiones y otras mamandurrias la bonita suma de 160 millones. Bien puede decirse que pocas gestiones tan nefastas fueron recompensadas con tanta generosidad.