La nómina de políticos socialistas fulminados bajo el mandato de Sánchez empieza a ser abultada y digna de conmiseración. Si nos ceñimos sólo a los nombres de ministros la lista sería corta, pero muy representativa, a tenor del peso que en el partido han tenido, por ejemplo, José Luis Ábalos y Carmen Calvo. Tras su cese, el político valenciano ha dejado bien claro su pasión por el arte del toreo, en sus paseíllos por distintas plazas periodísticas o deportivas no ha tenido empacho en asegurar que no ha hablado con Sánchez desde su doble despido, mientras que comenta que “le molesta que se haya dejado un mar de dudas” sobre su salida”. De lo que no hay duda alguna es que Ábalos se resiste a ser un cadáver político.

Un caso similar es el de Susana Díaz. Después de su sonora derrota en las primarias andaluzas --y previo pacto con el débil Espadas-- consiguió ser designada senadora por la cuota autonómica. Y cuando todo parecía que el cementerio de elefantes iba a ser su definitivo destino, hete aquí que sigue la estela de los descabalgados Cifuentes o Aguado y se presenta también como tertuliana en un programa de la televisión vespertina, previo paso por maquillaje.

Detrás del aparatoso e impactante escenario político todo es mucho más vulgar y mundano. Sea apareciendo en galas deportivas o compitiendo con los animalitos de La 2, estos cadáveres políticos han convertido su agonía en una novela por entregas. Todo apunta a que estos defenestrados han tomado como modelos al mismísimo Sánchez o al venerado Borrell por su admirable y sorprendente capacidad de supervivencia. De ser trasladables estos ejemplos, los que aún se resisten a fenecer necesitarían encontrar al menos al Vergerus de Ingmar Bergman, para que les vaticinase el futuro inmediato de España, o a un gurú de marketing e imagen, si no lo tienen ya, que les reubicase con éxito en el mapa político de candidatos.

Como una máquina destructora de papel, la capacidad de Sánchez para aniquilar a los suyos va camino de ser legendaria. En su trayectoria ha dejado en la cuneta a numerosos y prometedores políticos, compañeros suyos o de sus adversarios políticos. Ministros, consejeros, subsecretarios, presidentes de empresas o agencias, alcaldes, diputados por poco tiempo... andan lamiéndose las heridas desde que Sánchez clavó su mirada aniquiladora en su patrón o patrona. El presidentísimo no se fía de nadie, ni siquiera de sus sombras. Qué mejor ejemplo que la caída y ridícula reaparición de Iván Redondo que de posmoderno líquido ha pasado a ser un my opinion gaseoso, o la vergonzosa y nocturna desautorización del ministro Félix Bolaños en la reciente negociación con sus socias podemitas por el asunto del alquiler de viviendas.

Es al Conde de Romanones a quien se le atribuye el famoso “todos al suelo, que vienen los nuestros”, y lo repitió Pío Cabanillas ante la jauría que se desató en la UCD en los primeros compases de la Transición. Ahora los nuestros son uno, sólo uno: el todopoderoso y arrasador Putin Sánchez. Aunque quizás el principal enemigo lo esté incubando él mismo con la cantidad y calidad de cadáveres que al ser tan insaciables como él, están resucitando como zombis. Dicho a lo Redondo, The Spanish Politics Walking Dead, una nueva y disparatada serie ha comenzado.