Ya decía José Ortega y Gasset que “lo mejor que se puede hacer aquí son las maletas”. Y, si no lo dijo el filósofo, pudo haberlo dicho. Marcharse, al menos el que pueda, es la mejor de las soluciones, para desconectar de esta incuria política que nos ahoga como si formase parte de esta ola interminable de calor. A estas alturas y visto lo que se ve, se hace imprescindible escapar, salir por piernas para intentar olvidar, desintoxicarse de toda contaminación mental y retornar con ánimos renovados para afrontar el turbio curso que, según todas las previsiones, nos espera a la vuelta. Mejor será disfrutar ahora lo que se pueda. La desgracia es que, como apuntaba hace unos días Julio Díaz, epidemiólogo del Instituto de Salud Carlos III, “mata más el código postal que el código genético” porque la crisis energética va por barrios.

Tal vez sea la canícula, pero algo muy raro ocurre cuando se convierten en asunto de interés básico o motivo de información permanente el procesamiento y las consiguientes tribulaciones de la presidenta del Parlament, Laura Borràs, y las andanzas de su amigote, Francesc de Dalmases, ese hombretón de Junts cuya última ocurrencia ha sido proponer borrar la plaza de España de Barcelona. Sin que falte ese irritante empeño en calificar de exiliada a una persona, como es el caso de Anna Gabriel (CUP), que simplemente cambió de residencia por su cuenta y riesgo, cosa que resulta una ofensa para aquellos que, tras la contienda civil, vivieron estacionados en la eterna esperanza rota del retorno. O el empeño de algunos representantes de los comunes en describir a ERC como partido “progresista y de izquierdas”.

Hay momentos en los que parece corriésemos hacia no sabemos dónde como un pollo sin cabeza. Incluso peor: con la cabeza puesta del revés, con los riesgos que implica de tener un tropezón que conduzca de forma irreversible hacia el batacazo definitivo. Por suerte, aún no ha salido nadie proclamando aquello de “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Será cuestión de esperar; todo es posible. Es estremecedor el empeño de volver la vista a lo acaecido de forma torticera y retorciendo el lenguaje.

En el PSOE se ha puesto de moda eso del retorno del viejo partido aunque nadie quede activo de aquel equipo que integró el primer gobierno socialista de España hace cuarenta años, que Oscar López tal vez se aplicase denodadamente con las piezas de un Lego cuando se aprobó la Constitución o que Patxi López fuese un muchachote cuando empezó la transición. Y como en todos los sitios cuecen habas, los chicos de JxCat andan también rebuscando en tiempos pretéritos para ver si ponen algo de orden y recuperan la formación convergente de otrora. Todos mirando hacia atrás como si fuera el presente. El problema es que a los socialistas les falta banquillo y el Comité Federal del PSOE es como un pelele utilizado a conveniencia de La Moncloa; por su parte, los de Junts no tienen ni banquillo ni entrenador, el partido es un sálvese quien pueda y tampoco sabemos a ciencia cierta cómo andan de público y socios

Por encima de la actividad legislativa que ha permitido dar el salto de la “Ley de memoria histórica” a la “Ley de memoria democrática”, el nuestro es un país que tiene una extraña relación con la memoria, con tendencia a la amnesia. Tenemos una mala relación con el pasado: cada cual tiene el suyo y vivimos silenciosamente fascinados por él. El caso es que esa obsesión presente dificulta en ocasiones mirar con claridad al futuro. Quizá también porque no está claro cómo queremos que sea y el horizonte es básicamente algo que no se puede alcanzar.

Se actúa con demasiada frecuencia como forenses del tiempo: hurgamos en los cajones antiguos, se disfruta con sus entrañas y cada cual encuentra allí muchas veces lo que quiere o lo que le conviene. Los resultados de una autopsia pueden concluir un error facultativo en el diagnóstico y el tratamiento del paciente. Tampoco se trata de tirar por la borda el ayer que murió de todos los males y para bien o para mal forma parte del ahora, en la medida que actúa e influye en nuestras conciencias. En la historia, como en la vida, hay momentos de crisis y turbulencias que preferiríamos olvidar. Pero en la vida, como en la historia, los malos ratos son un caudal de experiencia acumulada que no puede ni debe desecharse. El gran drama actual es la incapacidad para captar y retener talento. Hasta el presidente andaluz, Juan Manuel Romero Bonilla, parece estar teniendo dificultades para formar gobierno porque el talento prefiere dedicar energías al sector privado: el sueldo no compensa, la exposición pública es elevada y la clase política padece una elevada falta de credibilidad.

Desconectamos, nos vamos y ahí quedarán esperando, agazapados tras una hoja del calendario, los males que hoy nos acechan y no parecen dispuestos a desvanecerse. La lista puede ser muy larga, pero todo quedará aparcado hasta el día mágico del 12 de septiembre, pasada la Diada, que este año vestirá de negro, no sabemos si de luto por el procés o simplemente porque el amarillo pasó de moda. Eso sí, con un lema explícito de la voluntad de algunos, “Volvamos para vencer: independencia”. Mejor será tomarlo con calma y corear con Lina Morgan aquello de “agradecida y emocionada, solamente puedo decir, gracias por volver”.