El 27 de octubre fue el aniversario de la declaración de independencia en el Parlamento de Cataluña. Fue la culminación de un proceso, pero no del procés ideado para la consecución de la independencia. Más bien, el procés se ajusta a lo que dijo Groucho Marx: “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”.

Desde que Artur Mas en vez de gobernar prefirió abanderar el independentismo, todo ha sido un dislate. Pactaron los anticapitalistas y antisistema con la derecha nacionalista más recalcitrante y se puso la administración pública catalana al servicio de la causa. Para movilizar al “pueblo” generaron un relato de ellos contra nosotros, poniendo el acento en los agravios. Se dejó sin voz a los críticos y a los no independentistas se les dejó de considerar catalanes y se les llamó fascistas. Se cambió el significado de las palabras, se adecuó la historia y se reinterpretó la realidad. Las luchas por la democracia durante la dictadura ya no habían sido lideradas en el cinturón industrial de Barcelona y pasaron a ser un enfrentamiento de España contra Cataluña. La democracia española se convirtió en la continuación del Estado franquista, fascista y dictatorial. Se hizo creer a los independentistas que eran mayoría y que el objetivo era alcanzable sin costes: sin violencia, sin renuncias, sin negociar nada, con reconocimiento internacional y saliendo de España sin hacerlo de Europa.

La hoja de ruta incluía estructuras de Estado, leyes de transitoriedad, control de fronteras, puertos y aeropuertos e implicaba los cuerpos de seguridad. Era imprescindible la desobediencia a la Constitución y al resto de leyes españolas y arengaron a los seguidores a hacerlo. Con la excusa de manifestarse, se adiestró a miles de personas para actuar organizadamente, uniformizados y siguiendo consignas. Todos los independentistas mantenían el mismo relato, difícil de poner en duda por parte de aquellos que sólo se relacionaban con sus afines y en un contexto en que las voces discrepantes se mantenían calladas.

Lo que en un principio se justificó como astucia degeneró en mentira y autoengaño, lo que Ponsatí denomina “ir de farol”. Hasta que la impaciencia de la calle se volvió contra la diletancia de sus dirigentes. Después de declarar la independencia, el 27 de octubre de 2017, sin molestarse en arriar la bandera española, Puigdemont habló para los congregados con más pena que gloria.

El balance es muy negativo para los protagonistas del bluf. Quisieron ampliar la base independentista y consiguieron empoderarla en contra: esta mayoría de catalanes silentes ganó las últimas elecciones catalanas, se atrevió a salir a la calle y ha perdido el miedo a opinar. Para muchos dirigentes del procés el coste será elevado, huidos o en la cárcel, pendientes de juicio y acusados de delitos muy graves. Al final los traidores son ellos mismos, porque no cumplieron lo que prometieron. Han dividido a la sociedad y desde el punto de vista político han perdido capacidad de influencia, desprestigiado las instituciones catalanas y reforzado ideológicamente a los que les gustaría revertir la descentralización del Estado. A nivel internacional no se les escucha ni se les espera. Cataluña como líder económico ha bajado puntos, no sólo por las empresas que se fueron, también por las que no vendrán. Se ha roto la inseguridad que generaba la aplicación del artículo 155 de la Constitución, y aunque nada se podía negociar con España, el AVE Madrid-Barcelona va lleno de gente que acude a las comisiones bilaterales.

Los actores, desconcertados, mantienen discursos dispares. Unos afirman que declararon la república de farol. Si esto es cierto, cabe preguntarse por qué dos millones de independentistas lo creyeron y por qué los que no lo eran decidieron arremangarse para acabar con el asunto. Una vez abierto el juicio oral, les convendría que nos convencieran que todo iba de mentirijillas y que realmente no se proclamó la república ni se lanzó a la gente a la calle para defenderla, pero Torra dice que no acatará la sentencia y anima a continuar con el estado de desobediencia y rebelión de octubre del año pasado. Flaco favor que les hace a sus compañeros de viaje que, pendientes de juicio, despachan con naturalidad desde la cárcel catalana.