En la corte de algunos reyes los bufones hacían reír e incluso eran los únicos a los que se les permitía llevar la contraria al mismísimo monarca. Para Felipe III y Felipe IV se convirtieron en seres imprescindibles en aquel universo decadente del siglo XVII, cuando la Monarquía Hispánica ya estaba dejando de ser la potencia mundial ante el empuje de la vecina Francia.

Los bufones no desaparecieron, se metamorfosearon. Poco antes de morir en 1969, el filósofo Theodor Adorno dejó escrito que la constelación animal-loco-payaso era uno de los fundamentos del arte. Bien podía haber afirmado que el bufón podía ser también uno de los pilares de la política cuando se preguntó en la Dialéctica de la Ilustración (1947) por qué "la humanidad, en lugar de entrar en un estado verdaderamente humano, se hunde en un nuevo género de barbarie".

Salvando las distancias atlánticas y eliminadas la xenofobia y la misoginia, un animal televisivo que cumple algunas de las características populistas de Trump es el Gran Wyoming

Pensarán ustedes que me refiero a Donald Trump, no exactamente. Es cierto que antes de ser presidente ha sido un conocido bufón, un animal-loco-payaso mediático, protagonista de un famoso show televisivo (The Apprentice), que ha sido un exitoso empresario inmobiliario entre otras actividades y demás problemas fiscales, y que se formó en círculos religiosamente presbiterianos. De todo ello da buena e interesada cuenta en libros autobiográficos, promocionados en la NBC hasta el hartazgo.

El bufón de Trump es un medio de comunicación en sí mismo que muestra sin vergüenza alguna su populismo, su xenofobia y su misoginia. Porque, como dijo Marshall McLuhan, el medio es el mensaje. En España tenemos personajes de la gran pantalla que se comportan del mismo modo, haciendo de su sectarismo una opinión generalizada y del medio un mensaje.

Estos payasos representan una nueva forma de barbarie populista: la del bufón político que puede llegar hasta presidente, eso sí, democrático

Salvando las distancias atlánticas y eliminadas la xenofobia y la misoginia, un animal televisivo que cumple algunos de esos requisitos es el Gran Wyoming: showman, empresario inmobiliario con problemas fiscales, y de familia franquista ultracatólica y con coqueteos opusianos. El sábado pasado, sin sonrojo alguno, promocionó hasta la saciedad su libro durante hora y media en su cadena televisiva ante unos jabonosos entrevistadores. Por supuesto, hizo una magnífica exhibición de su músculo populista --autodenominado de izquierda-- en el circo de la tertulia televisada con mayor audiencia. Y, como un predicador de la secta de los maniqueos, otorgó bendiciones a los elegidos y a los oyentes de su credo y negó el pan y a la sal a los enemigos de su humanidad.

Todo se quedaría en unas risas si no fuera porque estos payasos representan una nueva forma de barbarie populista: la del bufón político que puede llegar hasta presidente, eso sí, democrático. El que no se consuela es porque no quiere.