Anda alborotado el gallinero lazi (hay que ver cómo se ha puesto el inefable Partal de Vilaweb) por unas declaraciones de la falsa exiliada Marta Rovira (puede volver cuando quiera, ya que de lo que se le acusa no se deriva estancia alguna en el talego) sobre el grotesco show patriótico-delirante de octubre del 2017 en las que viene a decir que igual la cosa no fue lo más adecuado que se podía hacer en aquellos momentos, pues no se contó con las suficientes fuerzas para que el embat saliera bien y, encima, contribuyó a que cundiera la preocupación entre la población en general. Para los irredentos del 1-O, las declaraciones de la señora Rovira suenan a anatema y a insulto a los indepes en general y a las ancianitas que encajaron los porrazos de la policía española (por incomparecencia de la autonómica, que se puso de perfil por obra y gracia del mayor Trapero) en particular. A mí me parecen de lo poco razonable que ha dicho la señora Rovira en toda su vida política, pero, eso sí, me temo que su propósito de enmienda llega un poco tarde: esas cosas debería haberlas dicho cuando se estaba a punto de perpetrar el disparate, y no ahora, que ya se ha visto a donde ha llevado: al inconfesado regreso de su partido, ERC, al autonomismo de toda la vida con ansias de mando en plaza e influencia en la capital del reino.

Recordemos la situación previa a la declaración de independencia de los ocho segundos. Puigdemont, en modo cagadubtes, no sabía si optar por la (supuesta) libertad unilateral o si convocar elecciones. Los partidarios de esta opción no han salido a la luz hasta ahora, que yo sepa, pero los principales defensores de la declaración de independencia ipso facto (y salga el sol por Antequera) fueron Oriol Junqueras y Marta Rovira, la misma Marta Rovira que ahora dice que igual no habría que haber actuado como se hizo. De natural llorones, quejicas y malcriados, el beato y la señora Rovira fueron los que más se hicieron notar a la hora de urgir al dubitativo Puchi a que tirara por el camino de en medio y que fuera lo que Dios quisiera (con cierta colaboración de Gabriel Rufián, lejos aún de convertirse en el peculiar estadista español que es en la actualidad). Al beato, que es de lágrima fácil, ya lo habíamos visto por la tele lloriqueando y exigiendo la independencia como un niño al que le pirran las natillas, pero sus padres no se las sirven jamás. La señora Rovira, también dada al gimoteo, reservó sus mejores lagrimones para la esfera privada, eligiendo al cagadubtes de Puchi como destinatario de las mismas, hasta un punto que yo creo que el exalcalde de Girona acabó declarando su gloriosa independencia de ocho segundos para que Rovira dejara de reventarle los tímpanos con sus sollozos y sus berridos.

Más de cinco años después del espectáculo arrevistado de octubre del 2017, Marta Rovira tiene el cuajo de reconocer que se metió la pata hasta el corvejón con la declaración de independencia, que no había nada preparado, que no había gente suficiente que estuviera por la labor, que se hizo todo a lo bestia y sin pararse a pensar en las consecuencias. Como se dice en estos casos, a buenas horas, mangas verdes (o mangas Rovira). Por un lado, se agradece que algo parecido a la sensatez haya hecho acto de presencia en la mente confusa de la señora Rovira. Por otro, se echa a faltar un poco de autocrítica, ya que ella, con sus lloriqueos y sus exigencias y sus rabietas, fue una de las principales responsables de la estúpida decisión del Hombre del Maletero.

No sé si la señora Rovira quiere sumarse al neoautonomismo supuestamente independentista (prodigioso oxímoron que en ERC lo bordan) del beato Junqueras y su secuaz Aragonès o si quiere volver a España y cree que con esta nueva actitud lo tendrá mejor cuando haya de dar ciertas explicaciones a los jueces (aunque no se juegue unos añitos a la sombra). Personalmente, comparto la indignación del inframundo lazi, pero no los motivos. Si lo que molesta a los indepes de piedra picada es la actitud aparentemente derrotista de la señora Rovira, a mí lo que me pasma e irrita es que sea precisamente ella la que diga que todo el clusterfuck de octubre de 2017 vino a ser un disparate (al que ella contribuyó como el que más, extremo del que no dice absolutamente nada, como si hubiera experimentado una súbita epifanía con más de cinco años de retraso, unida a una lamentable amnesia).