La bolsa ha cerrado el año 2019 con 9.549 puntos, que representan una subida del 11,82%. Sobre el papel no parece un mal resultado. Sin embargo, el Ibex 35 es uno de los índices que peor se ha comportado de Europa. Solo le va a la zaga el de Portugal, con un rendimiento aún más corto.

Por otra parte, si echamos la vista atrás, la cruda realidad indica que nuestro mercado se encuentra todavía muy por debajo de los registros de épocas pretéritas. Por ejemplo, los 9.859 puntos que escaló en 2010 o los 11.940 de 2009.

Y si nos remontamos algo más, arrecia el contraste con la situación presente. En efecto, durante la década precedente, el indicador nacional se anotó sucesivos récords. En 2005 superó los 10.700 puntos y en 2007 tocó el cielo con 15.182.  Este último hito sobrevino justo antes del inicio de una crisis pavorosa, que iba a arrastrar al infierno del paro a casi la cuarta parte de los trabajadores hispanos.

Hoy, cuando van transcurridos doce años de aquella marca histórica, nuestro índice estelar todavía acusa una pérdida devastadora del 37%.

Ello es así, a pesar de que en 2019 hasta catorce valores han conseguido avances de más del 20%. Los grandes triunfadores de la lonja celtibérica son la constructora Ferrovial, feudo de la saga Del Pino; la empresa de molinillos de viento Siemens Gamesa; y el gigante textil Inditex, del archimillonario Amancio Ortega. Contabilizan progresiones respectivas del 57%, 47% y 45%. O sea que los afortunados inversores que entraron en dichas acciones hace justo doce meses, han acrecentado su patrimonio en una cifra cercana al 50%.

En el polo opuesto, el de los desmoronamientos, el ramo más castigado es, una vez más, el bancario. Santander, Bankinter, Caixabank y Bankia se dejan por el camino un 0,8%, un 3,4%, un 8,4% y un 22%, respectivamente. Las excepciones son Sabadell, que mejora un 7%, y BBVA, que avanza cerca del 13%.

Las instituciones crediticias cotizan hoy a cambios mucho más deprimidos de los que marcaban varios lustros atrás. De ahí que se afirme, sin incurrir en exageración, que cualquier tiempo pasado fue mejor para el sector financiero. Y, encima, las incógnitas que se ciernen sobre el sistema para el futuro inmediato, son de un calibre inquietante.

Una de ellas reside en los tipos de interés negativos que imperan. Es ésta una circunstancia pertinaz que no muestra visos de mutación en el corto plazo. Y que plantea a los banqueros unos desafíos enormes, pues les obliga a buscar ansiosamente otras vías de ingresos. La más cómoda radica en el cobro de comisiones a destajo. Y a fe que la están exprimiendo sin rubor ni mesura.

Otra losa enorme que se cierne sobre los señores del dinero es la hiperregulación desatada de los supervisores, funesta herencia de la anterior depresión económica.

Y un tercer peligro proviene de la irrupción de las llamadas fintech, es decir, sociedades de financiación que operan en el etéreo mundo de internet. No solo brindan extensas facilidades a compañías y particulares. Además, les abren la posibilidad de reducir de forma sensible los abusivos costes de mediación que vienen satisfaciendo al vetusto tinglado desde fechas inmemoriales.  

Las fintech, ajenas al control opresivo de los reguladores, están engullendo una porción creciente del negocio crematístico, a costa de los bancos tradicionales. De ahí que los miembros del conglomerado establecido arremetan sin piedad contra semejantes “invasores” e insten un día tras otro a los gobiernos para que los metan en cintura.

Pero me temo que los amos de la pasta yerran el tiro. Cuanto antes comprendan y asuman que las flamantes entidades han llegado para quedarse, antes podrán ponerse a competir con ellas. En todo caso, el parquet, sujeto a la implacable ley de la oferta y la demanda, está propinando duros varapalos a los viejos capitalistas. Nada tiene de extraño que sus erosionadas cotizaciones no levanten cabeza.