Cuentan que cuando Quim Torra comparó el procés con la marcha sobre Washington en favor de los derechos civiles, Martin Luther King empezó a removerse en su tumba, intentando --vana pretensión-- regresar a este valle de lágrimas para, renegando de todas sus ideas contra la violencia, moler a palos al president de la Generalitat. No lo consiguió, y a fe que no fue porque no lo intentara con todas sus fuerzas, así que ha tenido que ser la institución que cuida de su legado quien alce la voz. Y el grito que le ha pegado al presidente interino de Cataluña ha sido de los que se escuchan a la legua: lávese la boca antes de usar el nombre de Luther King en vano, han venido a decirle.

El problema de los gerifaltes catalanes es que pican demasiado alto. En los pocos meses que llevan de su viaje a ninguna parte se han comparado ya, ni más ni menos, que con Gandhi, con Mandela, con Rosa Parks, con Churchill y, el último, Luther King. Se ha librado solamente Jesucristo. De momento. Teniendo en cuenta que han sido personajillos como Carles Puigdemont y Quim Torra los que han pretendido igualarse a los mencionados, habremos de convenir que es mentira que las comparaciones sean odiosas. Por lo menos en Cataluña, lo que son es cómicas.

Si fueran consecuentes, o sea, si se miraran al espejo, se compararían a personajes más cercanos a su estatura moral e intelectual. Una amiga mía, cuando quiere impresionar a la audiencia con una cita, la elige siempre de Hércules Poirot, ya que sus lecturas se reducen a Agatha Christie. Mi amiga es honesta, conoce sus limitaciones y no se llena la boca de autores que no ha ni olido. Al pobre Torra, Luther King le queda tan grande como le quedarían los calzoncillos de Nacho Vidal, y comparándose al líder de los derechos civiles americanos no consigue más que resaltar su propia pequeñez. Debería adornar sus discursos con frases de alguien más acorde a su grandeza.

--...y como dijo don Rodrigo de Quesada en Don erre que erre cuando le recomendaron dar marcha atrás: yo no tengo esa marcha.

Claro que en ese caso no es descartable que también los descendientes de Paco Martínez Soria, que daba vida a don Rodrigo, le ordenaran no mentarle, pues llega un momento en que nadie en sus cabales desea ser comparado a la actual tropa de políticos catalanes. Pero por lo menos la cosa hubiera quedado entre nosotros. Por contra, al atreverse con Luther King, el mundo entero ha sabido, por boca de su fundación, las verdades del barquero, que si bien son más que conocidas por estos lares, nunca está de más que las recuerde nada menos que la Institución Martin Luther King: que ni Cataluña es un pueblo oprimido como sí lo estaban --y lo están-- los negros en América, que formar parte de España no es una opresión, que Luther King no quería crear nuevas fronteras sino precisamente derribar las existentes, que nadie impide a los independentistas ejercer sus derechos fundamentales, y que desobedecer y abogar por la no violencia no convierte en justa una causa. El bofetón que ha recibido Torra de los herederos de las ideas de Luther King es de los que duelen, y ni siquiera puede consolarse con aquello de que manos blancas no ofenden.

Pobre Torra. Lo imagino intentando emular el "I have a dream" dirigiéndose a sus fieles, y no acertaría más que a decir "tengo sueño".