Hace pocos días, Bob Chapman congregó en Foment del Treball a cientos de personas que se dejaron seducir por la propuesta del empresario norteamericano. Un éxito de convocatoria que puede responder a diversos factores, más allá de las formas exquisitas y la capacidad de comunicación del conferenciante.

De una parte, su mensaje parte de situar a la persona, su bienestar y dignidad, en el centro de la empresa. Reconocer al empleado como persona, con sus aspiraciones y sus contradicciones, conduce a ambientes de trabajo más amables y optimistas. Una obligación ética que, además, conlleva una mayor productividad y unos mejores resultados económicos para la empresa.

De otra, esa llamada al amor y la amistad, que podría entenderse como una consideración teórica, propia de un gurú o telepredicador, resulta que tiene consecuencias reales en el entramado empresarial que preside y que factura 3.000 millones de dólares. La rentabilidad se sitúa claramente por encima de la media, y sus empleados gozan de mayor salud y calidad de vida, como lo muestra la muy menor incidencia de patologías psicosomáticas.

Finalmente, los asistentes ven con agrado que Foment acoja y haga suyo el mensaje de Bob Chapman. Lejos de las posiciones sectarias y defensivas de lo propio, que tanto abundan en nuestra política y economía, resulta esperanzador que una patronal se cuestione el porqué del malestar social. Sólo conduciendo excesos y contradicciones del modelo, se podrá recuperar aquella legitimación social perdida en los últimos tiempos.

Sin embargo, atender a Bob Chapman conlleva un riesgo notable: el creer que para avanzar hacia un capitalismo más consciente, concepto que da nombre a una excelente iniciativa que trabaja en la línea del empresario, todo pasa por confiar en la bondad e inteligencia de altos directivos y propietarios.

Sin ética y valores no se va a ninguna parte, pero sin una buena regulación pública tampoco. Por ello, para recomponer las fracturas que nos deja la crisis, es necesario avanzar en una doble línea: la conciencia social y la política, pues sólo un buen hacer de los poderes públicos puede crear el marco idóneo para que empresarios como Bob Chapman abunden.

Confiemos, pues, que los partidos entiendan la trascendencia del momento y abandonen posiciones resistencialistas. Y que los interlocutores sociales profundicen en la vía del diálogo y la negociación. En este sentido, es de agradecer que Foment acoja a Bob Chapman y, simultáneamente, se comprometa de manera tan notoria en romper bloques monolíticos que, sin la mínima empatía, cercenan nuestro bienestar futuro.