Quién nos iba a decir que Aznar fuera la voz que pusiera tierra de por medio entre el PP y la extrema derecha porque Vox “no está en la centralidad”. El expresidente del Gobierno, que no pierde ripio en ser un jarrón chino de armas tomar, ha intervenido en el debate que desde múltiples púlpitos de los medios de comunicación se está azuzando estos días para blanquear a Vox. En síntesis, el argumento es: si los socialistas pactan con comunistas, independentistas y Bildu etarras, por qué la derecha no puede pactar con Vox. Entre los argumentos, que los independentistas intentaron un golpe de estado y Bildu tiene un pasado de muerte. De que Vox ensalza sin rubor al franquismo, elogiando al dictador y justificando el golpe de estado y la represión posterior, ni palabra. ¡Solo faltaría! Ayuso es su referente cuando califica al actual Gobierno de Pedro Sánchez como totalitario. Son todos los que no ven pasos en Bildu hacia la normalización democrática ni en los independentistas de plantear nuevos escenarios políticos. Añoran 2017 y los años de plomo, o al menos lo parece.

Pablo Casado hasta ahora ha azuzado estas cuestiones y ha apostado por este escenario, pero ahora la cosa se le complica. No es lo mismo tener el apoyo externo de Vox que meterlos en el gobierno de una comunidad. Eso será difícil de explicar en una Europa en la que los tribunales le han dado un toque de atención a los aliados de Vox: los polacos de Morawiecki y los húngaros de Orban. Unos y otros, Casado y Ayuso, inmersos en una guerra civil, sucia y cainita, no solo han puesto contra las cuerdas a su líder en Castilla y León, Fernández Mañueco, sino que están engordando la saca de votos de la ultraderecha, que puede optar por una repetición electoral lo que le daría pingues beneficios. Algunas encuestas que se están haciendo estos días, sobre todo en Andalucía por la cercanía del 28F, los sitúan en un 20% de intención de voto. La lucha por el liderazgo en la derecha puede decantarse a favor de Vox porque Ayuso y Casado se van a suicidar en público. Mejor dicho, van a suicidar al PP en público.

Que Aznar ha dicho que Vox “está a la derecha de la derecha” y que el PP es un “partido constitucional y europeísta”, es lo que se dice marcar distancias en toda regla dando respaldo a un Casado que ha hecho bandera de los principios del PP alejados de los de Vox, que además de sus “amigos” europeos, está contra el estado autonómico, contra las políticas de violencia de género, es un partido xenófobo y contra la memoria histórica, con un burdo intento de reinterpretar la historia.

El PSOE de Sánchez se ha sumado al debate y plantea un cordón sanitario a la extrema derecha. Algunos se rasgan las vestiduras ante “semejante majadería”, pero el presidente tiene razón. ¿Por qué ahora el PP considera que se debe parar a Vox? ¿Por qué quiere que el PSOE le eche un cable para evitar una coalición con la extrema derecha populista, con tintes franquistas? Sin embargo, Sánchez hace algo de trampa. Voces en el partido claman por un cordón sanitario, dar el gobierno al PP y evitar una repetición electoral, que ahora Vox puede jalear, y el presidente ha querido zanjar la cuestión. Se hace un ofrecimiento, pero no será gratis. El PP debe pedir el apoyo al PSOE y eliminar sus pactos con Vox. Algo imposible, porque además las elecciones en Andalucía se realizarán este año. Si el PSOE da este paso en Castilla y León estaría obligado a hacerlo en Andalucía y, de paso, sacar a Madrid de la ecuación porque Ayuso no está por la labor. ¿Estará por esta labor Almeida? ¿Y Moreno Bonilla? ¿Está Casado ahora en condiciones de marcar la pauta en este debate? ¿Lo aprovechará Ayuso como acicate ideológico en una guerra sin cuartel de talante personal y de poder?

Los interrogantes no tienen, de momento, respuesta aunque Moreno Bonilla sí que ha marcado la línea roja en la línea de Aznar, y no la tendrá porque un acuerdo PP-PSOE en esta materia se antoja complicado y lejano. No es raro. En Europa, los cordones sanitarios a la extrema derecha se han aplicado en Italia, Francia, Alemania o Holanda. Y se han aplicado de la mano de la derecha. El PP de Casado no acaba de arrancar y Vox le merma fuerza. Castilla y León era el trampolín para iniciar el camino a Moncloa y para poner coto a los “humos” de Díaz Ayuso. El pinchazo electoral y las acusaciones cruzadas entre Casado y Ayuso han roto el partido, y como regusto amargo, el liderazgo en la derecha queda en entredicho.

Ser condescendiente con Abascal no da los resultados deseados. Ser condescendiente con Ayuso, tampoco. Es más bien al contrario, asumir como propio el discurso de la extrema derecha obliga al elector a elegir entre el original, Vox, y la copia, PP. Mientras, Ayuso lanza un ataque contra la dirección del partido rompiendo las entretelas de equilibrios de poder sí, pero también cuajando un nuevo PP, y si la cosa acaba en expulsión, un nuevo partido.

No adelantemos acontecimientos. De momento, el PP es el escogido. La incógnita es por cuánto tiempo. Por eso, en el PP suenan todas las alarmas mientras sus cortesanos siguen blanqueando a Vox. Seguro que lo seguirán haciendo hasta que reciban el nuevo argumentario de la calle Génova, pero los de Génova tienen la credibilidad tocada y Ayuso impone su discurso. Ella le ha robado la cartera a Vox y se ha convertido en su marca blanca desde las filas del PP, y de paso blanquea a la extrema derecha con un lenguaje del que no hace ascos ni Ortega Smith. Quizá, por esto, hemos asistido al último culebrón Génova-Sol con acusaciones de espionaje y comisiones turbias. No se escandalicen, es el mismo modus operandi de Murcia, con tránsfugas por doquier, o Navarra, con alevosos engaños para tumbar la reforma laboral. Teodoro García Egea puede que esté escribiendo sus últimas páginas como secretario general del PP. Si Casado quiere sobrevivir tendrá que dejarse algún pelo en la gatera, pero Ayuso va fuerte, aunque en las guerras todo es posible. Ya no se trata de presidir el partido en Madrid, se trata de ser candidata del PP. Si esto sucede, Vox será blanqueado, y engordado electoralmente, como se merece.