Conocido es el experimento sociológico realizado a mediados de los 80 mediante el cual un coche con un cristal roto acaba igual de destrozado en un barrio problemático que en uno residencial. La base de este comportamiento es la misma que explica que nos cuesta mucho más tirar un papel a un suelo limpio que a uno que ya está sucio, total, uno más no se va a notar...

Este concepto lo usó la policía de Nueva York con gran éxito para transformar una ciudad peligrosa en un remanso de paz en la que hoy se puede pasear de noche con más tranquilidad que por Barcelona. Se borraron graffitis, se adecentó el metro, se arreglaron fachadas quemadas y ventanas rotas, se repararon daños en mobiliario urbano y se comenzó a tener tolerancia cero con las infracciones porque permitir faltas y delitos menores es la puerta a algo peor, al menos según esta teoría. Fueron años de inversión y de incremento de recursos de la policía, pero los resultados son espectaculares.

Nosotros vamos por el camino contrario. Vemos normal que unos pocos corten la Meridiana noche sí, noche también, que se acampe en mitad de la Gran Vía, que se saboteen los trenes o que se corten carreteras, como también vemos admisible desde hace tiempo la okupación de viviendas, el top manta o el bloqueo de la misma Gran Vía por los taxistas. En Barcelona, y en Cataluña, hay muchos cristales rotos que nadie se preocupa en arreglar. Y el desorden llama al desorden acostumbrándonos a dar por normal lo que no lo es. Quienes llamaban a bloquear la Gran Vía con una acampada ponían como ejemplo el bloqueo de los taxistas permitido durante el verano del 2018, y razón no les faltaba, ¿por qué unos sí y otros no?.

Por otro lado, las algaradas en Barcelona generan demasiadas horas en directo en las televisiones sin otro fin que alimentar el morbo, porque curiosamente da más cobertura a este fenómeno la “prensa española manipuladora” que los medios afines al régimen.

No se trata de no informar, sino de informar en su justa medida. Incrustar decenas de periodistas con cascos y chalecos y darles horas y horas de directo pudo tener sentido al principio de las algaradas, pero cuando son unos cientos de personas los que la lían en una comunidad autónoma de 7,5 millones de habitantes tiene poco sentido, especialmente si solo se conecta en las franjas horarias que más conviene o si lo único que se retransmite es lo que ocurre en Barcelona. Han pasado muchas cosas fuera de Barcelona y hemos visto poco, lo mismo que hemos visto poco cuando la programación era más potente que el morbo de las cargas policiales. Hemos visto minutos y minutos de un supuesto bloqueo de Sants Estació, mientras varias puertas eran totalmente accesibles, “masas” que impedían el paso a los invitados de los premios Princesa de Girona cuando pudieron acudir puntuales más de 1.400 invitados… No estamos en nuestro mejor momento, pero la calle no es, afortunadamente, el infierno que nos quieren transmitir.

Al morbo se le unen las agresiones e intimidaciones a periodistas, normalmente jóvenes, inexpertos y con contratos precarios, y un cierto efecto llamada a los descerebrados que buscan el selfie de su vida delante de una barricada en llamas o perseguidos por un policía. No acabo de entender lo que nos quieren contar con tanto sensacionalismo ni con esta pornografía de la violencia. Ha habido cientos de manifestaciones durísimas en el País Vasco y no hemos visto ni sola una imagen, ni un solo periodista con casco. ¿Por qué ahora hemos convertido el orden público en un reality?

Es innegable que existe un problema grave en nuestra sociedad, pero subrayándolo nos hacemos más daño y alejamos la solución. Seguro que alguno de los que están en prisión se acogería mañana mismo a medidas de mejora de su régimen penitenciario, pero este clima hace difícil una reacción sosegada. Y lo mismo con quienes optaron por salir de España y hoy “solo” tienen una acusación de desobediencia. Venir a declarar podría suponerles un día o dos de molestias, pero luego estarían en su casa hasta el juicio y, como mucho, tendrían una pena similar a la de los exconsejeros Mundó, Vila y Borràs, inhabilitación y multa, algo muchísimo más llevadero que estar lejos de su casa 20 años para que prescriban sus presuntos delitos. De momento llevan dos, y para los acusados de desobediencia ha sido un castigo mayor que la pena que les hubiese sido asignada. Seguro que de los 15 afectados, un buen número de ellos se acogerían de buen grado a una mejora de su situación, claro que si unos les llaman botiflers y otros solo quieren agrandar su sufrimiento, así no avanzaremos nunca. No olvidemos que quienes están en la prisión o fuera de España son 15 personas, con sus 15 entornos familiares y son ellos, y solo ellos, quienes han de decidir la intensidad y duración de su martirio, pues hoy varios de ellos pueden modularlo, si es que los hooligans de cada lado se lo permiten representados por tertulianos de todo pelaje que tendrían para regodearse en la situación varias semanas.

Por fin llegan estas inoportunas elecciones que solo han servido para poner más vinagre en las heridas. Ojalá tras ellas venga algo de sentido común a una tierra que hace lo imposible por suicidarse de la peor manera posible, sin ser consciente de ello. A partir del lunes, deparen el resultado que deparen las elecciones, deberían normalizarse algo nuestras ciudades, nuestras televisiones y nuestras vidas, permitiendo que quien quiera suavizar su martirologio lo hagan respetando, todos, su decisión, y comenzar a trabajar codo con codo mitigando los efectos de la crisis que ya está a la vuelta de las esquina, como lo demuestran los datos del paro, coordinándose para evitar el cierre de empresas, evitando que los cruceros se salten Barcelona y, sobre todo, que el Mobile y otros grandes congresos no nos dejen.

Ojalá el Black Friday y la campaña de Navidad sean un festival de compras y se pueda pasear tranquilamente por el centro a cualquier hora y lo único que se queme sean las tarjetas de crédito por su uso. Si no somos capaces de conllevar la defensa de las ideas, la tristeza, la frustración y hasta la ira con la normalidad de una ciudad que vive de su imagen estaremos generando un problema mucho mayor del que creemos. La Barcelona poderosa de los Juegos Olímpicos, la Barcelona que atrae a medio mundo, la Barcelona que todos queremos no se merece este final. Como tampoco se merecen más carceleros quienes hoy pagan por delitos cometidos en la defensa de sus ideas, porque hoy su peor enemigo no son los funcionarios de prisiones ni jueces ni fiscales, sino una sociedad que se ha vuelto adicta a la confrontación. Nos hace falta menos tele morbosa, menos tertulianos que opinan de todo y ocuparnos más en reparar los cristales rotos, todos los cristales rotos de una ciudad, y una sociedad, que se está desangrando.