Díaz Ayuso es una piedra en el zapato de Pablo Casado. El Plan B del líder popular presentado con todo boato el martes, duró en la palestra mediática y política menos que un caramelo a la puerta de un colegio. La presidenta madrileña, con su peculiar estilo de Gobierno inspirado desde la FAES y dirigido por su jefe de gabinete, Miguel Ángel Rodríguez, ha puesto al PP en la picota. Ayuso ha levantado la bandera contra el Gobierno al tiempo que ha agitado las concentraciones de los barrios pijos madrileños, contra esa desescalada que dice que le impone Pedro Sánchez, que ahora han descubierto su “revolución”. Cuánto parecido con los pijos catalanes que se envolvieron en la estelada. Para colmo, la tensión con Ciudadanos ha aumentado de forma exponencial en los últimos días. Los desencuentros, el último a vueltas del “pisito” de Ayuso en pleno centro de Madrid que tiene un alquiler de 80 euros.

La situación es tal que preocupa en Génova. Sólo Almeida salió, tímidamente, a defender a Ayuso. Lo hizo con la boca pequeña, porque sus acciones políticas difieren una eternidad de la presidenta de Madrid. Almeida se ha acercado a la oposición y ha moderado su lenguaje. Se diría que no son del mismo partido. En este escenario revuelto, Teodoro García Egea, el secretario general del PP se dirigió a la Puerta del Sol. Allí se reunió con Díaz Ayuso. Cara a cara. El día elegido, el miércoles. En la sede popular ya aventuraban que la tormenta iría en aumento, aunque desempolvaran el viejo librillo con el argumento de que “era un ataque --del gobierno social-comunista, off course--contra Madrid, personificada en su máxima responsable”.

Sin duda, Ayuso seguirá con la bronca contra Sánchez, pero se ha metido en un laberinto que anula la línea estratégica de Casado. García Egea fue a Sol, pero con escaso éxito, porque el penúltimo capítulo del piso de Kike Sarasola ha enredado más la situación. Fue a poner cordura y fracasó. La publicación de un supuesto contrato con el empresario por medio millón de euros, su eliminación de la web pública de la Comunidad, que naciera en la Consejería de Políticas Sociales en manos de Ciudadanos, y el cese de un alto funcionario, han enturbiado, todavía más si cabe, las relaciones con el partido naranja. “Hoy --por el viernes-- la cosa ha ido a peor”, comentaban en el entorno del vicepresidente Ignacio Aguado, el líder de Ciudadanos. Por si fuera poco, desde el entorno popular se está deslizando una pregunta, con maldad. “¿Es la primera vez que Sarasola alquila un piso a un político?”. A la que siguen otras. “Dónde vivió Albert Ribera desde 2015 a 2018 en Madrid?”, “¿Alguien pagó el alquiler, o fue un regalo?”. La insidia no da nombres. No da más datos, pero señala directamente a Albert Rivera.

¿Aguantará el Gobierno de Madrid esta tensión? Ni siquiera lo sabe Ayuso. Esta semana en la que trataron de blanquear su imagen tras el despropósito del reportaje de fotos virginales publicado en El Mundo el domingo pasado, Ayuso contestó “no lo sé”, cuando se la inquiría sobre el futuro del gobierno madrileño. Ignacio Aguado no oculta en demasía su enfado. Sus diferencias estaban presentes antes del Covid-19, pero en la gestión de la pandemia se han acentuado. La retirada de competencias sobre residencias de ancianos a los naranjas, marcó un antes y un después.

Ayuso se prepara para otro choque institucional a cuenta del cambio de fase. “Su actitud tosca y beligerante frente al Gobierno de España no está ayudando a pasar de fase”, comentan en Ciudadanos, dónde la culpan directamente de la situación “por su culpa, los comercios siguen cerrados”. Mientras su “pisito” seguirá rondando, gracias a sus mentiras, medias verdades o cambios de versión, y no descarten una nueva salida de tono que agrave las malas, muy malas, relaciones con sus socios de gobierno. La ruptura parece inminente, y los líderes lo están viendo. Casado y Arrimadas se reunieron el viernes, quizás en la última reunión política de la líder de Ciudadanos que está a punto de dar a luz. Públicamente dijeron que todo está bien, aunque el malestar estaba presente. Ahora sólo queda esperar el desenlace, pero Madrid amenaza con desequilibrar a la derecha española.