Pensamiento

Barrera imposible

18 diciembre, 2015 00:44

“¿No ha de haber un espíritu valiente? ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?”, escribió Quevedo hace cuatro siglos. Imaginémonos ahora a alguien que, hace quince años, declarase en Barcelona cosas como éstas: ser favorable a las centrales nucleares y estar contra la tolerancia hacia los ‘okupas’; decía que, al ser de dominio público, no precisaba dar nombres de bastantes de ellos que eran de ‘muy buena familia’. Denunciaba “posiciones demagógicas de la izquierda”, consistentes en escuchar a las minorías activas. Prefería hablar de países de lengua catalana que de países catalanes, y le parecía improcedente propugnar la constitución de una asamblea en ese ámbito; alegaba que, al haber elecciones en Valencia, Mallorca y Cataluña, quienes les representan son los diputados elegidos “me gusten o no”.

La sociedad civil le parecía, en cierto modo, un mito. Pues “en parte, la forman instituciones subvencionadas por el Govern”. Las cuestiones de paridad hombre-mujer, afirmaba, son pura demagogia. Y deploraba que en democracia el electorado se mueva a menudo por razones sentimentales y por la presión psicológica de la propaganda mediática. ¿Qué se diría de él entre nosotros ahora?

Heribert Barrera veía el bilingüismo nefasto para la supervivencia de la nación catalana

Juzgue, si lo desea, el lector. Desde la Guerra Civil, era enemigo del ‘sectarismo comunista’. Rechazaba la ‘cobardía’ de tener miedo a ser acusado de racista o poco progresista, que ha silenciado verdades que le parecían indiscutibles. Además, declaró que “presentar a los alemanes que ocupaban Francia como unos monstruos es faltar a la verdad. Se comportaron como cualquier ejército de ocupación y yo diría que mejor que otros, porque si algo eran es mucho más disciplinados”. Y se consideraba patriota antes que profesor universitario de Química, como era. Quizá ya sea hora de decir que me refiero a Heribert Barrera, presidente entre 1980 y 1984 del Parlamento autonómico catalán y presidente de ERC entre 1991 y 1995. No siempre las cosas son como parece. ¿Por qué ocurre así?

Barrera señalaba también que la castellanización progresaba mucho con la inmigración sudamericana y magrebí. “Si continúa viniendo gente de afuera, desde el punto de vista de la supervivencia de la identidad catalana, ‘ja podem plegar veles’”. “Si supiera que los negros y magrebíes que vinieran hablasen todos catalán, la inmigración me parecería menos problemática. Tampoco creería que nos beneficie en nada”. Pero “hay una distribución genética en la población catalana que estadísticamente es diferente a la de la población subsahariana, por ejemplo”. Rechazaba la teoría de Cataluña como tierra de paso, pues le parecía “absolutamente exagerada y solo ha servido para dar argumentos a los anticatalanes” (sic). Otra de sus perlas fue esta: “Ahora mismo tenemos escasez de agua: si en lugar de seis millones fuésemos tres, como antes de la guerra, no tendríamos este problema”. Sin embargo, para él una política de izquierdas consistía en “no subordinar de ningún modo la política social a los intereses del capital” y en luchar contra el fatalismo ante las injusticias y desigualdades. Barrera postulaba un hablar claro y sin equívocos, y podía decir abiertamente que “Cataluña debe ir bien; si España también, mejor. Ahora, si para que Cataluña vaya bien, España ha de ir mal, muy bien, que vaya mal”.

Para Barrera lo español, no ya lo castellano, era adversario de lo catalán; y siempre se refería a estos conceptos como realidades rivales

Barrera ‘reconocía’ en Cataluña dos comunidades lingüísticas, una que vive en catalán y otra que lo hace en castellano: “Es una realidad que no podemos negar”. Pero veía el bilingüismo nefasto para la supervivencia de la nación catalana. No hay derecho que valga: “Nuestros adversarios han sido muy inteligentes por plantear las cosas en este terreno de los derechos individuales y yo cada vez estoy más convencido de que son muy discutibles”.

Aunque decía que no hemos de agradecer nada a los padres de la Constitución, él se declaraba naturalmente “partidario de un Estado de Derecho, pero la ley, una vez discutida y establecida democráticamente, se ha de cumplir y no se puede aceptar de ninguna manera la infracción continuada”. Por otro lado: “No admito que lo que haya de hacer Cataluña dependa de lo que decidan los murcianos, extremeños, etc.” (sic).

Resaltaba que la madre de Pasqual Maragall y su abuela paterna fuesen de lengua castellana, mientras que las abuelas y la madre de Pujol eran de lengua catalana: “Aunque no sea determinante, esto da unas perspectivas diferentes”. Para Barrera lo español, no ya lo castellano, era adversario de lo catalán; y siempre se refería a estos conceptos como realidades rivales. Hace quince años ya sugería “llevar a nuestro campo a gente que pueda pensar que el billón y medio de expolio fiscal que padecemos actualmente también les perjudica” y hacerse así con los votos del Cinturón barcelonés. Imposible barrera.