En 2015, con ocasión de las elecciones municipales, Ada Colau obsequió al electorado con un vídeo en el que, a ritmo de rumba, cantaba “¿Oís el runrún? El runrún en las calles, el runrún en las plazas, en runrún en los bares. El runrún es defender el bien común. La gente sencilla, la gente común, la gente honrada tenemos el poder”. Pasados estos seis años largos de mandato, Barcelona vuelve a ser un runrún, aunque esta vez con otros aires, como si algo se moviera por esta ciudad de poco más de millón y medio de habitantes. Aunque puede ser extensible a muchos otros rincones. Barcelona es un tam-tam en el que hace chup-chup cierto malestar ciudadano que alcanza a ambos lados de la Plaza de Sant Jaume, donde se avecinan días intensos.

El próximo jueves, día 21, está convocado un encuentro en la citada plaza por un centenar de entidades empresariales y asociaciones de diverso tipo bajo el lema de “Barcelona es Imparable” que en sus inicios se planteaba como “Barcelona por el Sí”, frente a la actitud del “no a todo” que prevalece ante cualquier oportunidad o propuesta novedosa. Veremos cuánta gente se reúne y cómo se traduce el malestar, sin que sea descartable que se trate del pistoletazo de salida de una candidatura para el Ayuntamiento encabezada por Gerard Esteva, presidente de la UFEC (Unión de Federaciones Deportivas de Cataluña). En realidad, un independentista reciclado que aspira a reunir una buena parte de los huérfanos de la antigua CiU. Hace cuatro años proclamaba que “el deporte catalán está preparado para la independencia”, convencido de que una Cataluña independiente sería sinónimo de éxito deportivo. Aunque pueda concitar el respaldo de parte de quienes opinan que los comunes son simplemente dañinos para la ciudad, las alternativas también pueden ser dudosas para muchos y tampoco resulte muy excitante pasar del colauismo populista a un secesionismo de baja intensidad.

Lo evidente es que en este tam-tam o runrún que es Barcelona, los rumores de todo tipo campan a sus anchas como las ratas y las cucarachas por muchas zonas, mientras la circulación empieza a ser una tortura y el cabreo sordo se traduce en estruendo acompañado por el ruido de motos, sirenas de todo tipo o helicópteros sobrevolando la ciudad y hasta en el sonar de los cláxones que antes apenas se tocaban. Hasta la alcaldesa ha enviado una carta a los “inscritos” de los comunes reconociendo que “la ciudad necesita un refuerzo de limpieza”.

Tampoco falta, en este caldo de cultivo, quien sitúe a Ada Colau en el Congreso de los Diputados en las próximas elecciones generales o en ONU-Habitat, donde algunos dicen que le gustaría meter la nariz. Lo evidente es que en sus filas hay cierta moral de derrota: el partido se resume en la alcaldesa y ella parece ya amortizada. Hubo un tiempo en el que incluso pudo ser útil para frenar el independentismo hiperventilado representado por Ernest Maragall, con el apoyo desinteresado de Manuel Valls. Aunque sería un error pensar que el independentismo se ha diluido, lo cierto es que ha bajado el suflé y la utilidad de la edil es más que relativa gobernando una ciudad con apenas el diez por ciento de los sufragios.

En un ambiente de emponzoñamiento y disgusto, hasta el Cercle de Economía acabó pronunciándose –más vale tarde que nunca- con un documento cuya frase de que “Barcelona y Cataluña pueden quedar atrapadas en una espiral de irrelevancia económica y lenta pero de inexorable decadencia” ha hecho fortuna. Hasta los cuerpos de seguridad, públicos y privados, con todos sus sindicatos al frente, han convocado para el día 23 una manifestación que acabará en la Plaza Sant Jaume por la crisis de la seguridad pública y la instrumentalización de que se sienten objeto por parte del Govern.

En estas circunstancias generales, a 20 meses de las nuevas elecciones municipales, desconocemos cuál es el estado de ánimo de cuantos votaron a Salvador Illa y el PSC en las autonómicas de febrero pasado. Para muchos, pudo ser un voto de esperanza frente al desatino del procés. ¿Qué queda de aquello? Todo apunta a la decepción, porque lo que era una oportunidad de cambio se ha diluido y ha arruinado la esperanza. Pero Salvador Illa se descarta ahora como candidato a la alcaldía y lo reitera una y otra vez porque su apuesta es Jaume Collboni, incluso pese a voces críticas que discretamente surgen entre el socialismo barcelonés. El actual teniente de alcalde es como una pesada mochila sobre las espaldas del PSC y del propio Salvador Illa, incapaz de marcar un perfil propio frente a la alcaldesa y su muchachada.

Cuando se tiene la oportunidad de ir al fondo de las cosas y no se hace, todo se diluye. Salvo que se esté esperando “un gesto” desde Moncloa pensando en la introducción de un tripartito por la puerta trasera. De momento, seguimos instalados en el No a todo. Jaume Collboni acudió hace días a la presentación de la cumbre mundial del turismo que se celebrará los próximos días 26 y 27 de este mes en Barcelona (Future of Tourism World Summit), con el objetivo de relanzar el sector en la situación post-Covid. Pues bien: anunciada la cumbre de un sector que representa el 12% de su PIB y el 9% del empleo en la ciudad, aparece una iniciativa “vecinal” para contraprogramarla con un claro tufo comunero porque, en su opinión, trata de recuperar “la situación de privilegio previa a la pandemia”. Cabe preguntarse a dónde irán los representantes de la coalición municipal. Solo falta que se confirme la intención de los promotores del museo Hermitage de presentar una demanda judicial contra el Ayuntamiento antes de que acabe el mes. Todo se andará.