El cierre de las plantas barcelonesas de Nissan Motor Ibérica carece de motivaciones económicas. Así lo revela el análisis de los balances de la compañía en la última década. Ocurre que la automovilística ha sido hasta la fecha sumamente rentable, ha obtenido beneficiosos sustanciosos y ha acumulado reservas exuberantes.

La decisión de echar el candado no ha correspondido a la dirección local. Se tomó a miles de kilómetros de Barcelona, en los cuarteles generales del grupo Renault-Nissan, sitos en Francia y Japón.

Nissan, gigante del Extremo Oriente, está dominado por la francesa Renault. Como acontece en los conglomerados transnacionales, la cúpula dirigente suele barrer para casa. En consecuencia, ha reservado el grueso de la producción para sus establecimientos galos.

El desguace de las actividades en Cataluña afecta a las implantaciones de Zona Franca, Sant Andreu de la Barca y Montcada i Reixac. No se efectuará de forma inmediata, sino paso a paso. Se calcula que durará hasta finales de año.

Se ha encomendado la tarea de oficiar el responso a Frank Torres, quien ejerció de director general de Nissan en el periodo 2011-2016. Sobre sus espaldas recae ahora el ingrato encargo de desmantelar las naves y despedir a los 3.000 empleados.

Si se cumplen los plazos previstos, este directivo remachará los clavos del ataúd el próximo mes de diciembre. Luego, Nissan Motor Ibérica, heredera de la recordada marca Ebro, constituirá apenas un recuerdo en los anales mercantiles.

La bajada de persianas entraña un coste estimado, entre pitos y flautas, de 1.000 a 1.500 millones. En la disyuntiva de abonar ese dineral o mantener en pie las factorías, los jerarcas supremos prefirieron lo primero.

Los obreros pasarán a nutrir las filas del paro, previo cobro de una indemnización muy sustanciosa. Peor lo tienen los 20.000 trabajadores indirectos, es decir, los enrolados en los casi 500 talleres que suministran piezas a Nissan.

Estos últimos se han quedado sin pedidos de la noche a la mañana y afrontan ya una carrera contrarreloj a fin captar nuevos clientes en sustitución de los nipones.

Desde que la corporación asiática anunció la estampida, los políticos con mando en plaza se han rasgado las vestiduras, han prodigado declaraciones a diestro y siniestro y se han colocado al frente de la manifestación para pedir explicaciones a Nissan y “exigirle” que reconsidere su abandono.

Quim Torra en persona llamó dos veces al cuartel general de Nissan en Yokohama. Solicitó hablar con su gerifalte máximo. La telefonista que atiende la centralita remitió al muy honorable, para cualquier reclamación, al delegado de la marca en Europa. Una forma como otra de enviar olímpicamente a paseo al president, no sin hacer gala del rosario de reverencias prescrito por la exquisita educación oriental.

A este respecto, Quim Torra no ofrece punto de comparación con Jordi Pujol. El exmandatario, que acaba de festejar sus 90 años, visitó varias veces Japón, donde se le conocía y respetaba. En una ocasión lo recibió el mismísimo emperador Akihito.

Gracias a los viajes y contactos de Pujol, varias multinacionales de aquellas lejanas latitudes invirtieron sumas ingentes de dinero en nuestros terruños, donde erigieron notables emporios fabriles y crearon millares de puestos de trabajo.

Pujol apoyó fervientemente la industrialización del territorio. Recorrió de arriba abajo los polígonos que se iban montando. Inauguró docenas de fábricas, de capital tanto local como foráneo. Su lema era “fer país”. El de Quim Torra, ni se sabe.

En materia de “fer país”, equiparar a Pujol con Torra sería como usar la misma vara para medir a un titán y a un pigmeo, o bien a un insigne prócer y a un mequetrefe.

Torra no ha pisado durante su presidencia una solo centro manufacturero. Vive pendiente por completo de un procés que no lleva a parte alguna. Incurre en un derroche colosal de fondos públicos, que arrastra a la Comunidad a una situación ruinosa. Y encima, se afana por sangrar a los contribuyentes con una orgía de impuestos desmesurados. Mientras tanto, en un alarde de desfachatez sin límites, se ha incrementado su propio sueldo y su pensión futura.

A propósito de la espantada de Nissan, también la ultraizquierdista Ada Colau, quiso aportar su granito de arena y sacar réditos electoreros de la miseria ajena. Es sabida su afición a apuntarse a un bombardeo. Quizás rememorando su fugaz pasado como actriz de medio pelo, siente una especial querencia por chupar cámara y ponerse bajo los focos de la prensa.

Hace unos días, la alcaldesa no tuvo otra ocurrencia que presentarse en las instalaciones de Montcada, ataviada con camiseta y vaqueros, para “solidarizarse” con la plantilla y proclamar con hipócrita desparpajo que Nissan tiene mucho “futuro”. Un patético brindis al sol, pues el final de la automotriz ya estaba sentenciado y no admite vuelta atrás.

El jueves pasado repitió la jugada. Volvió a Montcada, pero esta vez, en lugar de dibujar un porvenir de color rosáceo, lanzó varias amenazas contra la cúpula del consorcio euroasiático. “Nissan no se cierra, porque si se cierra, se acaba la buena relación y Nissan tendrá problemas serios”. No detalló qué tipo de problemas sufrirá la empresa, aunque su admonición destiló aromas sicilianos.

A la vez, Janet Sanz, adjunta de Colau --de tal palo tal astilla--, en el colmo del disparate, propugnó hace poco correr el pestillo a todos los fabricantes de coches del Principado, cuanto antes mejor. Arguye una razón potísima, a saber, que los automóviles son muy contaminantes.

Por su parte, el Gobierno de Pedro Sánchez se ha sumado al coro de lamentos por la evasión de la histórica empresa, pero poca cosa más.

La escapada de Nissan Motor Ibérica es irremediable. Se pongan como se pongan los politicastros, la veterana firma escribe sus capítulos finales. En diciembre, el sepulturero Frank Torres rubricará el certificado de defunción y el nombre de Nissan-Ebro se perderá para siempre entre las brumas de la nostalgia.