Si en el casino “la banca siempre gana”, esta frase comienza a dejar de ser verdad en el sector financiero. Aunque quedan lejos los sobresaltos de los últimos años, cuando se intervinieron varias entidades financieras para sanearlas y se promovieron fusiones y absorciones para rescatarlas, parece que el ajuste nunca acabará a pesar de que de aquellas turbulencias ha quedado un mapa bancario mucho más concentrado y, en general, solvente.

Cuando se ha cerrado el ajuste de plantilla del banco líder en España, se inician las negociaciones para hacer lo propio en el mayor banco de capital español, y seguro que no son los últimos en someterse a una cura de adelgazamiento. La digitalización y los cambios de hábitos hacen que cada vez más sean necesarias menos personas en el sector, algo que no es privativo de la banca, pero sí se trata de uno de sectores más expuestos a los cambios.

La privatización de Bankia sin duda volverá a sacudir el mapa bancario en el corto plazo, al igual que alguna probable fusión entre bancos medianos o absorciones de éstos por otros bancos de mayor tamaño. Pero más allá de unos pocos eventos todavía derivados de la crisis pasada, e incluso de unas hipotéticas, y lejanas, fusiones transfronterizas, los retos estructurales de la banca son enormes.

El valor en Bolsa de nuestros bancos se mueve entre el 40% y el 70% de su valor en libros, es decir, para los inversores valen menos que si vendiesen todos sus activos y se pagasen todas sus deudas, o sea, si se liquidasen. Sólo el valor de mercado de Bankinter está por encima de su valor en libros gracias a su especial modelo de negocio. Pero no es un problema solo de nuestros bancos. La banca alemana, francesa, italiana o inglesa no está mejor sino, en general, peor. ¿Por qué empresas que, según dicen los políticos populistas, ganan tanto no son atractivas para los inversores? Pues porque lo que ganan no es tanto en relación al capital que consumen y, sobre todo, porque en el futuro se vislumbran nubarrones en forma de sobrerregulación y digitalización que continuarán castigando los márgenes. Amazon ganó el año pasado unos 8.800 millones de euros, solo 1.000 más que Santander. Pero su valor en Bolsa es más de doce veces el de nuestro mayor banco. Será que los analistas ven el futuro de un intermediario de ventas más claro que el de un banco global.

Sin duda, es necesario que los servicios financieros estén regulados, de otra manera estaríamos expuestos a prestamistas sin alma, a listos que acabarían con nuestros ahorros o a directivos que solo buscasen el beneficio a corto condenando a sus entidades, y depositantes, a la desaparición en la parte mala del ciclo. Pero tras la última gran crisis, los reguladores se han obsesionado por incrementar los requerimientos de capital, lo cual sirve de poco en tiempos de crisis severa y lastra los resultados en tiempos de bonanza, ahuyentando a los inversores. Cada vez hay más reglas y burocracia, lo que sin duda no ayuda a la hora de competir con nuevos actores que, en general, no están regulados. Lo digital tiene bula, también en el sector financiero.

La digitalización no es otra cosa que la simplificación y automatización de procesos. Cada vez hay más autoservicio, y eso conlleva menos empleo. Antes una transferencia era algo medio mágico, ahora está a golpe de click. Y además permite a nuevos actores entrar en las partes más rentables del negocio. Google o Amazon, y sobre todo Apple, podrían comprarse cualquier banco del mundo, o varios de ellos, con la tesorería disponible, pero no lo hacen porque no quieren asumir ni la regulación ni los empleados. Los veremos, eso sí, en las partes más rentables y atractivas, en el solomillo del negocio, dejando el hueso para los bancos tradicionales. De momento el mundo se llena de fintechs, neobancos y hasta de antibancos que suben en valoración a medida que lo hace su número de usuarios, aunque no hayan ganado dinero en su (corta) vida y parezca que tampoco le importe mucho a nadie. Perder dinero para una start up es apostar por el futuro y subir en valoración mientras que un retorno del capital inferior al 10% para un banco establecido significa caer en Bolsa y hasta poner en duda su continuidad.

Nuestra sociedad no sabe, y no puede, vivir sin bancos. En la crisis pasada todos los gobiernos se dieron cuenta y les apoyaron porque no hacerlo sería colapsar nuestra economía. Ahora tienen muchos deberes pendientes y, como poco, habría que dejarlos tranquilos tanto en regulación como en asuntos fiscales mientras ellos se ocupan en transformarse como nunca lo han hecho antes.