La campaña para las elecciones de la Comunidad de Madrid tocará a su fin el domingo después de una polarización y una tensión extremas, totalmente inhabituales para unos comicios autonómicos. Claro que estas elecciones trascienden el ámbito de la comunidad y se han convertido en una especie de generales tanto por los temas planteados como por la cobertura mediática y por la decisión de Pablo Iglesias de renunciar a la vicepresidencia del Gobierno para competir en Madrid. Y lo peor es que la crispación vivida anticipa lo que puede ocurrir en las próximas elecciones generales.

En la primera parte de la campaña, hasta el único debate celebrado, todavía se discutía sobre gestión, sobre todo de la pandemia, pero después la aparición de las cartas que contenían balas o una navaja y la interrupción brusca del debate de la cadena SER cambiaron el panorama y ya no se volvió a hablar de otra cosa que no fueran las amenazas.

En este sentido, es casi inevitable que ese tipo de amenazas se conozca, pero es dudoso que su conocimiento público sea lo más adecuado porque, como se ha visto, después de las primeras cartas enviadas se ha producido un efecto mimético con envíos seguramente muy distintos de las intenciones iniciales. Alguien ha explicado que Alfredo Pérez Rubalcaba, que recibió numerosas amenazas, nunca quiso hacerlas públicas para no provocar ese efecto mimético.

Aparte de su radicalización, la campaña se ha distinguido por la simplificación y la banalización de las consignas. Empezó con los carteles con la foto de Isabel Díaz Ayuso junto a la palabra “Libertad”, lo que llevó a un perspicaz tuitero a preguntarse: “¿Está detenida?”.  El dilema de Ayuso “Socialismo o libertad”, transformado luego en “Comunismo o libertad”, encierra una banalidad tramposa considerable. Ni el socialismo puede equipararse a la falta de libertad y el comunismo realmente existente, como se decía antes, ni siquiera existe. No sería de extrañar que el eslogan “Comunismo o libertad” haya surgido de la mente de un excomunista, confirmando, a nivel personal, lo que decía Adam Michnik sobre Rusia y los países del Este: “Lo peor del comunismo es lo que viene después”.

A estos dilemas irreales se les opuso, tras la publicación de las amenazas con el envío de balas, otro no menos simplificador: “Democracia o fascismo”. ¿Alguien puede creer, pese al auge de Vox, que España esté en peligro de caer en un régimen fascista? Esta consigna ha sido difundida sobre todo por Pablo Iglesias, que ha llegado a lamentar, en un gesto incomprensible, que la Casa Real no se haya pronunciado ante las amenazas. Pero “democracia” y “fascismo” han formado parte también del vocabulario del siempre moderado y prudente Ángel Gabilondo, un signo de la polarización alcanzada por la campaña.

Todas las encuestas publicadas en el límite legal han pronosticado una victoria holgada de Díaz Ayuso, aunque sin alcanzar por sí sola la mayoría absoluta, por lo que se verá obligada seguramente a apoyarse en Vox, dentro del Gobierno --ella ya ha dicho que no le incomoda-- o desde fuera, como preferiría Pablo Casado para no ver comprometida su estrategia, lo que ocurriría si al final el PP se ve obligado a gobernar Madrid con la extrema derecha.

Si al final las encuestas aciertan y el bloque de izquierdas no puede desbancar a la actual presidenta, la izquierda deberá hacer examen de conciencia para entender cómo es posible que una persona como Ayuso haya sido capaz de dar semejante revolcón a sus rivales. Alguien que ha hecho una campaña que causa hilaridad, con ayusadas como identificar la libertad con tomar cañas en una terraza por la noche, principio fundacional al parecer, de la “vida a la madrileña”; que se ha pasado los días asegurando que todo el mundo quiere vivir en Madrid para divertirse, incluidos “la mayoría de los jóvenes catalanes”, o cuya penúltima perla ha sido decir que en Madrid puedes romper con tu pareja y no volvértela a encontrar nunca, “y eso también es libertad”.

Al margen de las ocurrencias más “festivas”, Ayuso se ha desentendido de controlar la pandemia en Madrid, que casi siempre ha sido de las zonas con mayor incidencia y con mayor número de ingresados, de ocupación de las UCI y de fallecidos. Algún estudio serio debería analizar cómo es posible que con este balance la presidenta que encarna el trumpismo castizo arrolle en las elecciones.