“Nos jugamos el futuro de España, tu futuro, el de tus hijos y el de tus nietos. Olvidémonos de la euforia. No están ganadas las elecciones. La Comunidad de Madrid y por ende España corren un gravísimo peligro. No se trata de ganar las elecciones Se trata de sumar al menos 69 escaños entre PP y Vox, eso es todo”.

Este mensaje que corre por las redes sociales lo dice todo. Este es el espíritu de la derecha que ve en Madrid la oportunidad de derrotar al Gobierno y al conjunto de la izquierda y convertir la victoria en el inicio de la reconquista de España.

Pablo Casado se ha echado en brazos de Ayuso para convertirse en lo que hasta ahora era solo una entelequia: ser alternativa de Gobierno. La fusión de las tres derechas en la Casa Grande del PP no se está haciendo como él había previsto, pero le funciona. Se ha puesto al frente de la manifestación antes de que la manifestación le pase por encima, abandonando su tono moderado y blanqueando a Vox para garantizarse el gobierno madrileño. Los primeros compases de la campaña dibujaban este escenario idílico, le habían sacado de las catacumbas y su otrora díscola discípula se ha convertido en la heroína de la derecha más irredenta.

El PP y Vox han planteado las elecciones en clave nacional con la confrontación ideológica como gran argumento. La gestión, manifiestamente mejorable, se esconde para evitar que Ayuso meta la pata, una vez más. Sin embargo, un nubarrón se vislumbra en el horizonte. La izquierda se está movilizando y la participación puede ser histórica. La derecha lleva tiempo calentando motores y los suyos están movilizados, ejerciendo ese activismo basado en el desprecio del adversario, que ha subido a los altares de enemigo. Que la izquierda se movilice no es una buena noticia, máxime cuando Ciudadanos es ya solo una sombra de lo que fue. Para colmo, Ayuso ejerciendo de lideresa de la derecha extrema está anulando a Vox, y los ultras pueden quedarse fuera del parlamento regional; y sin Vox, Ayuso no gobierna.

Las alarmas se han disparado. Se puede ganar y de forma holgada, pero se puede no gobernar. Los expertos demoscópicos sitúan la batalla en apenas 21.000 votos, que están situados en esos centristas que votaron Ciudadanos en el Madrid Sur y que no ven con buenos ojos la deriva ultraderechista y neofascista del PP de Ayuso jaleado por el PP de Génova, que no tiene nada más que llevarse a la boca. Estos votos son básicos para la izquierda, pero pueden ser menos importantes si Vox se queda fuera de la Cámara. La posibilidad la apuntó el denostado CIS --el único que acertó los resultados de las catalanas, por cierto--, pero los números de Miguel Ángel Rodríguez también apuntan en esta dirección.

Abascal ha utilizado la vieja técnica para meterse en el partido. El mensaje no es lo que dice. El mensaje es dónde lo dice. Empezó la campaña, tarde para gusto del PP, en Vallecas. Dijo las sandeces de siempre, pero lo que ha quedado en la retina es la bronca de grupos boicoteando su acto. Logró su anhelo. Podemos dice que Abascal fue a provocar, claro que sí, ese era el objetivo, pero uno no provoca si el otro no quiere. Saltó a la plaza y la izquierda radical entró al trapo. Un grave error por parte de estos que se autodenominan antifascistas que no son más que los peones que necesita la extrema derecha para ponerse en el mapa. Ya lo ejercieron en Cataluña, ya lo ejerció Le Pen en Francia y lo ejerció Ciudadanos en la campaña de 2017. El mensaje es la confrontación, el escenario que la derecha necesita para imponerse.

Los números siguen sin dar esa mayoría y para lograr un último empujón: sacar pecho con la vacuna rusa. Qué más da que la Sputnik no esté autorizada, qué más da que Madrid no la pueda comprar, qué más da que lleguen a tiempo, lo importante es volver a lanzar una pedrada contra el Gobierno de Sánchez y hablar poco de la gestión. Ayuso no tiene solidez y su consistencia política tiene tanto peso como una anchoa en medio del océano. Sin embargo, la derecha la ha convertido en su heroína. Ayuso es el todo o nada, es vencer o morir. Me lo dijo hace un par de meses la mano que mece la cuna. “Madrid no está a la defensiva, está al ataque. Madrid no perdona”, me contó Miguel Ángel Rodríguez, con su manual de Partido Independentista de Madrid, y ese es el eje de una campaña que se ha planteado como la madre de todas las batallas. Sin embargo, ahora salen las incógnitas, surgen los miedos, porque en Madrid también se puede morir de éxito y, sobre todo, Madrid no es España, por suerte para España. Por eso, en esta campaña todavía no lo hemos visto todo. La derecha quiere ganar y utilizará todo lo que tenga a mano, incluso no reconocer los resultados.