En estos tiempos de polarización, España asiste a la expansión de la derecha sin complejos. Esta derecha desinhibida, orgullosa de serlo, segura de sus convicciones, agresiva, provocadora, no es una novedad. Antes estuvo representada por José María Aznar y por Esperanza Aguirre. Existe o ha existido en la mayoría de los países --Margaret Thatcher en el Reino Unido o Nicolas Sarkozy en Francia serían buenos ejemplos--, pero aquí había pasado a un segundo plano ocultada por el conservadurismo biológico, el laissez passer, la pasividad y la inhibición del marianismo (de Mariano Rajoy) en la lucha ideológica y cultural contra la izquierda.

Esa rendición y ese mirar hacia otro lado es lo que Esperanza Aguirre había reprochado siempre a Rajoy, y también Aznar desde que salió de la presidencia del Gobierno. Por eso la elección de Pablo Casado se presentó como un regreso a las trincheras de la lucha ideológica y cultural para cortar el camino a una izquierda que había vuelto al Gobierno mediante una moción de censura y que además, como luego se confirmó, podía aliarse con “los comunistas”, una palabra que estaba en desuso pero que fue convenientemente rescatada del baúl de los recuerdos.

Con sus vaivenes y sus bandazos, Casado ha cumplido relativamente con el guion, empujado además desde su extremo derecho por la irrupción de Vox, que se convirtió en el tercer partido del Congreso de los Diputados. Pero quien mejor representa a esta derecha sin complejos es la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, el ejemplo más genuino del trumpismo en estas tierras. Como Donald Trump, Ayuso no cesa de decir barbaridades e incurrir en meteduras de pata que ella no considera como tales, sino como “opiniones”, a la manera de los “hechos alternativos” del trumpismo. “Se  intentan vender como meteduras de pata y empiezan una serie de críticas como si estuviera confundida para dar a entender que no tengo conocimiento”, dice Ayuso, quien considera que las polémicas se producen cuando “se tocan las aristas ideológicas” y las achaca a que la izquierda no permite las opiniones diferentes.

Es innumerable la relación de meteduras de pata, de ignorancias o de provocaciones de Ayuso, desde antes de su elección para presidir la Comunidad de Madrid, pero bastará una pequeña muestra: considerar al concebido no nacido como un miembro más de la unidad familiar; añorar los atascos en Madrid a las tres de la madrugada como “seña de identidad” de la capital; decir que la fiesta del Orgullo Gay no podría trasladarse a la Casa de Campo porque van “muchas familias”; que Podemos dará las casas a “sus amigos okupas” cuando la gente se vaya de vacaciones; que la mujer que le gusta es la que trabaja una semana después de dar a luz y no “el tipo de mujer de la izquierda que tiene que victimizar y colectivizar los sentimientos”; que después de la exhumación de Franco, se preguntara “¿qué será lo siguiente, la Cruz del Valle, parroquias del barrio arderán como en el 36?”; que la "d" de Covid-19 se refiere a diciembre (cuando es a disease, enfermedad en inglés); que los ingresados en el hospital de campaña instalado en Ifema se curaron porque “había techos altos”, etcétera, etcétera.

Toda su actuación durante la pandemia fue desconcertante de puro errática, pero las dos últimas muestras de provocación o de ignorancia, de esta misma semana, se refieren al rey emérito y a Cataluña. Sobre los problemas con Hacienda de Juan Carlos I, Ayuso dijo en la Asamblea de Madrid que “por supuesto que la ley es para todos la misma, pero no todos somos iguales ante la ley”, en referencia a que el anterior jefe del Estado es distinto, por ejemplo, que un diputado de Más Madrid, según le lanzó a quien le interpelaba.

Sobre Cataluña, discurseó así en Tele 5: “La maravillosa Cataluña ha pedido su esencia, Cataluña ha dejado de ser esa Cataluña brillante, con seni [pronunciado así, con "i" latina], que siempre fue, pues, un lugar de admiración para todos los españoles, vanguardista, que atraía las modas, las tendencias, y ahora mismo el provincianismo del nacionalismo ha provocado que se haya convertido en una tierra hostil, donde ha habido un éxodo empresarial, donde las familias cada vez se sienten menos a gusto y menos representadas y vienen a comunidades como Madrid precisamente porque aquí un catalán se siente más en libertad que en Cataluña”.

El exordio prosiguió reduciendo el problema de la financiación autonómica al reproche de que Cataluña tiene “15 impuestos propios inventados frente a los dos que tiene Madrid” y eso le llevó a plantearse “quién roba” porque “el dinero se lo van a quedar los independentistas para su negociado, que están gastando al año 1.700 millones de todos los catalanes en decir quiénes son catalanes buenos o malos”·

¿Es ignorancia o es provocación? ¿Son meteduras de pata o “hechos alternativos”?  La respuesta no está clara. Pero lo que sí está claro es que Díaz Ayuso ocupa cada día la escena con sus ocurrencias, sale en todas las televisiones, opina de cualquier hecho, sea o no de su competencia, y su notoriedad ha llegado hasta Alemania o Francia. Ante el asombro y la perplejidad general por semejante invasión del espacio público, la representante de la derecha sin complejos, la imitadora más fiel de Trump, la favorita de Aznar y de Casado, se está fabricando una carrera política.