Algún día deberemos dar por cumplido el duelo por el desastre colectivo del otoño de 2017. Cuanto antes, mejor; porque son tan insostenibles las consecuencias sociales de la desconfianza ambiental instalada casi sin resistencia en el país (ojo, este es indepe y aquel unionista, por si acaso te sirve de algo) como las heridas políticas y judiciales que van a dejar aquellos episodios.

Unos pésimos dirigentes políticos, sin distinción de ideología y trinchera, nos empujaron hasta el precipicio con palabras mágicas y decisiones horrorosas que no tienen arreglo. Difícilmente volveremos atrás, porque nadie está dispuesto a asumir tantos errores parlamentarios, propagandísticos o judiciales y porque la pedagogía de la cárcel, a la que se refería la provocadora Cayetana Álvarez el otro día, no va a aportar, si se confirma, otra cosa que nuevos obstáculos en la búsqueda de una salida.

La contumacia de Torra en parapetarse en la anomalía política como homenaje a los presos, a cuenta de mantener bajo cero la acción de gobierno, no ayuda precisamente a pasar página, sino todo lo contrario. No es ningún secreto, este es su propósito. Tampoco ayuda demasiado a volver a la superficie para respirar aire fresco el flagelarse por lo que pudo haber sido y no fue aquella Cataluña supuestamente feliz de antes del 2010. Menos aún el pensar que la victoria electoral de uno de los bandos aportará un mecanismo milagroso para restablecer un sentido de país, a día de hoy destrozado.

No hay solución política a la vista, salvo buenas intenciones por parte de algunos. Otros, en su malvada ingenuidad, consideran el restablecimiento del orden como toda solución. La política nos ha traído hasta aquí y a la larga nos va a sacar del pantano, pero no es fácil que lo haga a corto plazo, o al menos, a la misma velocidad con la que nos precipitó en el conflicto.

De vez en cuando, recibo amables invitaciones para participar en reuniones de gentes inquietas y sinceramente preocupadas por el país, desde diferentes ópticas. En general, no asisto a ninguna y no es por desinterés o desconsideración de las iniciativas; simplemente, intuyo que el rearme permanente de los bloques no  es la fórmula más propicia para restablecer el mínimo de confianza imprescindible para pensar en el futuro. Entiendo que las posiciones se han estabilizado en un empate técnico que unos calificarán como satisfactorio viniendo de dónde venían y otros de frustrante, dadas las expectativas creadas.

La prioridad debería ser eliminar este frente de choque, no tanto desde la equidistancia (que tuvo su momento en el punto álgidos de la etapa de los horrores) sino desde la transversalidad, antes denominada consensos básicos o nacionales. Para que una asociación de militancia transversal y objetivos pragmáticos pueda tener alguna opción de superar la fase de proyecto, primero habrá que dar por despedido no solo el duelo, también el miedo y el recelo.

Estoy seguro que hay muchas gentes esperando una convocatoria de estas características. Porque un día habrá que ponerse en marcha, situando las expectativas político-institucionales en segundo plano. Quizás las partes piensen que aun queda por exprimir algún rédito electoral de la conflictividad; se comprobará en un par de meses. Tal vez no tengamos más remedio que esperar este tiempo, pero el desgaste en las relaciones personales, laborales o familiares es insufrible.