Llama la atención la insistencia del PP en animar --casi exigir-- a Ciudadanos a que intente la investidura de Inés Arrimadas como presidenta de la Generalitat cuando en parecidas circunstancias hace dos años Mariano Rajoy declinó la invitación del jefe del Estado.

Los socialistas empujan en el mismo sentido y, como los conservadores, evitan ofrecer su apoyo parlamentario por adelantado.

Unos y otros no desean otra cosa que desgastar al rival, hacer evidente su inmadurez para gobernar tratando de conjurar así el riesgo de que el triunfo catalán --porque eso es lo que ocurrió el 21D, que Ciudadanos ganó las elecciones autonómicas en Cataluña-- se contagie al resto de España. El PP ya intentó esa demolición con Pedro Sánchez cuando éste recogió el guante del encargo del Rey aun a sabiendas de que no lograría formar Gobierno.

Como el marketing político de los populares es más agresivo que el de los socialistas, su campaña de acoso no se limita a la investidura y añade otros reproches. Aprovechan la sensibilidad que ha despertado entre la población la detención del presunto asesino de Diana Quer para recordar 20 veces cada día que los de Albert Rivera se niegan a mantener la pseudocadena perpetua que el PP introdujo en el Código Penal en 2015.

Entre los nacionalistas catalanes la victoria de Ciudadanos sencillamente no existe: les niegan el pan y la sal. Los mismos que tras las autonómicas de 2003 y de 2006 acusaban a los integrantes del tripartito de formar Gobierno sin respetar que la fuerza más votada era CiU, ahora ignoran el éxito del adversario unionista.

Para Arrimadas sería una buena oportunidad para crecer como candidata, aunque es dudoso que le dejen intentarlo

Arrimadas tampoco parece estar dispuesta a medirse en el Parlament como hizo Sánchez en marzo de 2016 en el Congreso, cuando en realidad sería una oportunidad para crecer como candidata. Solo con discutir un programa económico sólido --en Ciudadanos tienen equipo para hacerlo-- pondría en evidencia el vacío de la política catalana de los últimos años.

Aunque ya veremos si tendrá oportunidad de negarse; o sea, si el nuevo presidente/a del Parlament llega a invitarle como líder del primer grupo parlamentario a que lo intente, que sería lo normal. De momento, quienes crean opinión pública y reescriben la historia han levantado cortinas de humo para ocultar sus pripias debilidades o como mínimo disimularlas. Es una forma de difuminar la realidad.

Por eso, los acontecimientos de estos días son un tutorial muy interesante de cómo se fabrica la posverdad. En apenas dos semanas, el hecho cierto y real al que asistimos aquel jueves de diciembre se ha transformado en otra cosa: los independentistas han revalidado su victoria, el mandato popular ya se dictó el 1-O y hay que restituir al Govern legítimo. De nuevo es el único relato de la vida política catalana.