El juicio del 9N ha conseguido, de momento, que el expresidente de la Generalitat Artur Mas vuelva a ocupar la escena política y mediática en su camino para intentar presentarse de nuevo a las elecciones al frente de la lista del PDECat, tanto si lo absuelven como si lo condenan, ya que la sentencia de inhabilitación no será firme antes de la cita con las urnas.

Entrevistas, ruedas de prensa, programas especiales en TV3 y actos diversos han llenado la agenda de Mas antes y después del juicio, además de sus intervenciones políticas en la vista oral, en especial su alegato final. Este protagonismo ha molestado incluso, según algunas informaciones, a los jóvenes dirigentes del PDECat y al entorno del president, Carles Puigdemont, con quien Mas compareció en el Palau de la Generalitat en pie de igualdad tras finalizar el juicio. Claro que de esto también tiene la culpa Puigdemont con su decisión de renunciar con tanto adelanto a ser candidato, lo que deja el campo libre para el retorno de Mas.

En uno de los actos protagonizados por Mas, la conferencia pronunciada el jueves en la Universidad Autónoma de Madrid, el expresident volvió a plantear en público su deseo de que "el Estado español, no el Gobierno", proponga un camino de en medio entre el statu quo y la independencia. En privado, ante un grupo de periodistas y sin renunciar a la independencia, Mas fue más allá y se mostró convencido, al parecer, de que existe una tercera vía para solucionar el conflicto del encaje de Cataluña en España.

Pero antes de ese acto, como ya había hecho en Barcelona, Mas acusó a "determinados estamentos del Gobierno y del Estado" de intentar presentar la situación en Cataluña como proclive a la violencia con el objetivo de "crear el marco para justificar la intervención del Estado". Uno de los episodios que citó en este sentido fue la actitud de la fiscal jefa de Barcelona, Ana Magaldi, quien denunció los insultos que sufrió al abandonar el Palacio de Justicia tras la primera sesión del juicio del 9N.

Lo peor del caso Magaldi no son los insultos, la violencia verbal, que sí que existe, sino el coro que se organiza después para minimizarla y para menospreciar a la víctima

Tras la condena de rigor de los insultos, Mas afirmó que la fiscal "se ha dedicado a explicar este clima de violencia cuando se puede comprobar por las imágenes que, más allá de un insulto reprobable, no había ninguna agresión ni peligro de agresión". Mas tiene razón cuando califica al movimiento independentista de "cívico y pacífico", pero con sus palabras se pone al frente de la manifestación de quienes han descalificado a Magaldi y se han burlado de su denuncia. Porque, en este caso, como en otros, lo peor no son los insultos, la violencia verbal, que sí que existe, sino el coro que se organiza después para minimizarla y para menospreciar a la víctima.

A Magaldi, que aseguró que la llamaron "mierda" y "fascista" y la conminaron a irse de Cataluña, le han recriminado después que sonriera, fumara un cigarrillo tan tranquila y desafiara con la mirada altiva a sus oponentes, en vez de ponerse a llorar. Le han dicho que merece el premio a la "mejor actriz secundaria", le han preguntado, dudando de sus afirmaciones, por qué da una rueda de prensa en lugar de presentar una denuncia judicial, y le han reprochado que las imágenes de televisión no recogen nada de lo que ella dice. Han proclamado, en fin, que todo forma parte de la libertad de expresión, como también era libertad de expresión la colección de insultos tuiteros que tuvo que aguantar el discrepante Joan Boada mientras opinaba en un programa del 324.

Aunque fuera distinto, el caso Magaldi recuerda al que afectó en abril de 2014 al entonces primer secretario del PSC, Pere Navarro, que fue insultado y golpeado frente a la catedral de Terrassa por una mujer que le lanzó un puñetazo y le llamó "hijo de puta". La agresora dijo después que mantenía una rencilla con Navarro desde que en una ocasión, cuando aún era alcalde de la ciudad, se le quejó de que la senyera del ayuntamiento estaba sucia. El conseller de Interior de la época, Ramon Espadaler, desvinculó la acción del proceso soberanista, pero a Navarro le cayó la del pulpo por haber deseado en un tuit que "el diálogo supere a la violencia". Le acusaron prácticamente de haberse inventado el incidente para perjudicar al procés, le dijeron de todo y, como ahora, fue peor la reacción posterior de los guardianes de las esencias que el insulto inicial.

En el otro lado, la caverna mediática no para de insultar y de exagerar. El exabrupto de Eduardo Inda diciendo que en Cataluña hay más violencia que en los peores momentos del País Vasco es el último ejemplo, pero eso no justifica ninguna agresión verbal de militantes del independentismo a los discrepantes ni la orquesta mediática posterior quitándole importancia.