Me he molestado en echar una ojeada a las cien medidas en favor de la lengua catalana que nos anunciaron a bombo y platillo hace unos días. Lo hago por ustedes, lectores, para que no deban molestarse en leer lo que no es sino una sarta de buenas intenciones, y esto en el mejor de los casos, porque en otros ni a eso llegan. Para empezar, de las cien medidas hay ya toda una decena que no se refieren al catalán, sino al aranés, más otra decena destinadas a promocionar la lengua de signos catalana. Quedan, por tanto, unas ochenta medidas, una buena parte de las cuales empieza con la frase "conocer la situación del catalán en" (póngase aquí el ámbito que se desee, da igual). Se trata de autobombo, nada más. El título del dosier ya anticipa que de originalidad van escasos nuestros gobernantes: "El català, llengua de país". Le cae a uno este título en las manos y se siente transportado a los años ochenta, aunque, bien mirado, quizás estemos de nuevo ahí. Por eso lo que se lleva desde el Govern es solicitar la amnistía.

Sin embargo, uno de los puntos, concretamente el número 16, ha conseguido despertar mi curiosidad. Dice el artículo 16 que hay que "promover la generación de un vínculo emocional positivo con la lengua catalana por parte de las personas extranjeras que llegan a Cataluña", lo cual viene a ser una versión edulcorada de lo que dijo hace años la esposa del entonces presidente Jordi Pujol al referirse a los inmigrantes: "es que ni siquiera usan el catalán para pedirte un mendrugo de pan". Los inmigrantes, con la neolengua personas migradas, no están a lo que tienen que estar y prefieren dedicar sus esfuerzos a conseguir algo con lo que llenar el buche que a aprender a decir bon dia. Para paliar este déficit y hacerles entender que hablar correctamente es más importante que comer, ha nacido el artículo 16. Por si todo lo anterior no fuera suficientemente ridículo, el 16 busca promover también "una mirada positiva, aspiracional y útil del uso social de la lengua". Confieso que lo de aspiracional me llegó al alma. Imagino que para pronunciar bien las vocales neutras -ese gran escollo del catalán- es necesario aspirar con fuerza.

No acaba aquí el artículo, ya que, usando el lenguaje cursi y vacuo que se lleva hoy en las administraciones, añade que procurarán "facilitar y estimular el aprendizaje [del catalán] con formaciones flexibles y adaptables a las necesidades y realidades cotidianas y culturales de las personas migradas" -ya ven cuánta palabrería malgastada- para finalizar añadiendo: "especialmente las mujeres". Tuve que leer unas cuantas veces las tres últimas palabras del artículo 16 para cerciorarme de que la vista no me había engañado. Especialmente las mujeres.

¿Son las mujeres más tontas que los hombres y necesitan por ello una enseñanza especial del catalán? Esa parece ser la tesis del Departamento de Igualdad y Feminismos, que es quien ha redactado el artículo 16, a no ser que desde la Generalitat pretendan insinuar que es más importante que aprendan el catalán las mujeres que llegan de otros países que los hombres, pero eso no casaría muy bien con un departamento que se califica a sí mismo de Igualdad.

Si yo fuera un extranjero recién llegado a Cataluña, huiría como alma que lleva el diablo de un idioma tan almibarado, cursi, melifluo y empalagoso. Vínculos emocionales, miradas positivas y aspiracionales, realidades cotidianas y formaciones flexibles y adaptadas. Si ni siquiera quienes pretenden promover el uso del catalán son capaces de escribirlo de manera natural y sincera -pensaría yo-, es que esta lengua no merece esfuerzo alguno y está condenada a la extinción. Y, por si fuera poco, tratan a mi mujer y a mis hijas de tontas. Doncs a prendre pel cul el català.