Esos de Arran, advirtiendo de que continuarán balcanizando Barcelona como protesta por su situación de miseria, me recuerdan al marido que maltrata a su mujer y se lamenta cuando esta se larga con otro, que además de tratarla como a una reina, es más joven y guapo. Los de Arran, que con sus mayores y otros son los responsables de que Cataluña se esté yendo al garete desde hace años, se dan ahora cuenta de que son jóvenes sin presente ni futuro, pero en lugar de reconocer errores, anuncian que para solucionarlo seguirán destrozando todo cuanto puedan, tejido industrial y comercial sobre todo, y asustando al turismo, como cuando asaltaron un bus turístico en Barcelona.

No creo que ningún alemán, americano o sueco que viviera aquel episodio (o que lo leyera en el periódico) tuviera ganas de volver a una ciudad como esta a dejarse sus dineros, como mucho alguno regresaría obligado por motivos de trabajo, aunque a Dios gracias, Arran, la CUP y compañía están consiguiendo también que dejen de celebrarse por estos lares convenciones y congresos, o sea que hasta eso se van a ahorrar los extranjeros. La industria se va, los comercios rezan para no ser saqueados, los congresos eligen otras ciudades, y los niños de Arran culpan al sistema de su pobre situación.

Después de cortar carreteras, boicotear líneas férreas y montar un pollo semanal, esos chavales se quejan de falta de oportunidades, no tienen trabajo, no tienen vivienda, no tienen futuro, aunque lo que no tienen, sobre todo, es nada en la cabeza. Podrían empezar por preguntarle al Govern catalán por qué ha dedicado los últimos años exclusivamente al procés, olvidando gobernar (hace solo tres días no acudió ni un triste subsecretario a la visita oficial a la planta de Seat, empresa que solicitaba apoyo institucional). Y seguidamente podrían preguntarse a sí mismos si la fuga de empresas de Cataluña no tendrá nada que ver con que los propietarios de las mismas prefieran la tranquilidad de otras zonas españolas en las que no existe ni Arran, ni CUP, ni ANC ni entidades similares que dificulten la buena marcha del negocio.

A lo mejor algunos de Arran habrían encontrado trabajo en Pastas Gallo, o en Donuts, o en Pirelli, o en cualquiera otra de las muchas que han preferido tomar las de Villadiego, que a saber dónde cae, pero seguro que donde no llega Arran. Cuando el empresario cierra la persiana cada noche y se va a casa a descansar, prefiere no estar pendiente de la televisión para ver si a los chicos de Arran o a sus mayores de la CUP, les ha dado por realizar pintadas en su negocio, o apedrearlo, quién sabe si incendiarlo. Como para montar una empresa en Cataluña, si cualquier día los de Arran cortan la autopista por cualquier peregrina razón, sea el encarcelamiento de un rapero o el aniversario de un referéndum, y no llega el proveedor. Como para poner un restaurante en Cataluña, si igual viene un infiltrado de ANC para comprobar si hablas bien el catalán, y de no ser así te monta una campaña de acoso y derribo en las redes sociales. Como para alquilar un local y poner ahí un comercio, con estos jóvenes que están convencidos de que la mejor manera de labrarse un futuro consiste en romper escaparates y asaltar tiendas, para ver si así alguien los contrata. Como para invertir en Cataluña, lugar con tanta seguridad jurídica que el propio Govern advierte de que a la que pueda volverá a saltarse las leyes que le plazca.

Ahora llegan los lamentos, las lágrimas de cocodrilo porque a los pobres jóvenes les cuesta encontrar trabajo. Sobre todo a los jóvenes de Arran, que --según se observaba en la protesta del viernes-- tienen pinta de cualquier cosa excepto de buscar trabajo. Y si con esas pintas lo buscan, están muy mal aconsejados y deberían cambiar de estilista. No está la cosa como para que los pocos empresarios que resisten todavía en Cataluña, se arriesguen a contratar a un espécimen del que lo único que saben a ciencia cierta es su poca disposición al trabajo, puesto que ni siquiera su sexo está demasiado claro.