El rey se presenta en Cataluña y el gobierno de la Generalitat no sabe qué hacer. Esta situación pronto será un clásico del ensimismamiento soberanista al que habría que dar la trascendencia justa, o sea escasa. Es el resultado del empecinamiento en negar la realidad, como sucede en tantas otras cosas. La continuidad de la monarquía parlamentaria española no depende de la voluntad del gobierno catalán ni siquiera del grado de popularidad del que Felipe VI goza en Cataluña, ciertamente bajísimo, ni tampoco del escandaloso dossier fiscal del rey emérito cuya actividad no puede ser investigada por el Congreso por la persistencia incomprensible del PSOE en vetar tal posibilidad. Habrá corona mientras no se reforme la Constitución; pretender hacerle el vacío en el mientras tanto es un simple gesto para la galería.

Nadie puede competir con ERC y JxCat en materia de gesticulación política, especialidad que han convertido en auténtico arte vista la rentabilidad que obtienen entre sus votantes. Probablemente, el presidente Aragonès intuye la conveniencia de dejar para otros toda esta ceremonia de deslealtad institucional, pero no tiene fácil romper con la herencia de Quim Torra; su posición es todavía frágil. ERC debe contentar a sus socios de JxCat, muy dados a desobediencias protocolarias, tampoco puede defraudar de buenas a primeras a las bases republicanas entre las habrá más de uno que crea que Cataluña no tiene rey porque el 1-O ya se votó la república y además debe ofrecer al presidente Sánchez y al PSOE su perfil más dialogante para no entorpecer las incipientes relaciones de fraternidad.

Es un laberinto de intereses contradictorios por el que el presidente de la Generalitat debe aprender a transitar si no quiere volver a la casilla de salida. El momento es delicado y esperanzado a la vez. Algo está a punto de cambiar aunque no sepamos precisar que consecuencias concretas van a derivarse de la inflexión del gobierno central. En todo caso, los indultos serán la primera decisión conciliadora del gobierno del estado desde que Mariano Rajoy empezó a errar de forma contumaz e irresponsable en septiembre de 2017, primero por pasividad y después por exceso.

A nadie se le puede escapar la trascendencia de los indultos, sin necesidad de caer en el optimismo infundado. La solución del conflicto político no estará ni más cerca ni más lejos por facilitar la vida a los presos del Procés, sin embargo implican un cambio de tendencia que sería absurdo desaprovechar o pretender convertir en irrelevante.

La coincidencia de este nuevo episodio de resistencia a la realidad en vigilias de los indultos que deberá firmar el rey sin opción a negarse no tiene mayor consecuencia. Felipe VI no puede torpedear la decisión del gobierno Sánchez como no podía desautorizar al gobierno Rajoy en aquella comparecencia polémica del 3-O. Pretender una cosa u otra como quisiera Isabel Díaz Ayuso ahora o en su día especulara el gobierno Puigdemont solo sirve para alimentar la crónica política de los amigos. Si alguien tiene conciencia del mínimo espacio político en el que debe moverse la corona es el propio rey; en realidad, la continuidad de la monarquía parlamentaria depende del escrupuloso respeto a la literalidad constitucional. Esta es la profesión de Felipe VI, cumplir para salvaguardar el trono para su hija.

El rey ni siquiera puede pronunciarse sobre la actitud del primer representante del Estado en Cataluña; no tiene otra que administrar la incomodidad institucional provocada por el presidente de la Generalitat con el más sentido de sus silencios. Lo único que tiene que hacer es asistir a todos los actos al que sea invitado por la sociedad civil catalana que cuenten con la aprobación del gobierno. Tal vez pueda permitirse una sonrisa irónica el día que deba sancionar la convocatoria de un referéndum en Cataluña  para aprobar un nuevo estatuto, o como vaya a denominarse por aquel entonces el instrumento, que le será presentado como un hecho histórico incomparable por alguno de los que tienen problemas de agenda para cenar con él y el Círculo de Economía.