Hay pocas crónicas optimistas sobre la formación del nuevo gobierno catalán. Esta tampoco lo será. Aunque, a estas alturas, es un oxímoron hablar de gobierno catalán. Tenemos uno en funciones que está lidiando con la peor crisis sin tomar medidas más allá de las meramente técnicas, desunido y con enfrentamientos constantes. El que tiene que llegar no parece que tendrá mejor salud.

Pere Aragonès sigue intentándolo haciendo casi un showroom con Carles Puigdemont, Jordi Sànchez y Laura Borràs, intentando saber quién es el interlocutor de Junts per Catalunya. Según Aragonès, han sido unas conversaciones muy provechosas. Tanto que Junts ni siquiera ha contestado la última propuesta de los republicanos. No se habla de políticas para salir de la crisis, medidas para fomentar la economía, fondos europeos, política sociales... De eso no se habla, se habla del monotema de cuál es la mejor estrategia para lograr el objetivo último: la independencia. Si hay que esperar para ampliar la base como reza el argumentario de ERC, o si hay que agrandar la brecha con el Estado, argumentario de JxCat. Y se habla de quién es el que lo dirige. Si el presidente de la Generalitat que salga elegido en la investidura o el "president legítim" que reside en Waterloo.

El congreso de los de Puigdemont se ha retrasado al 7 y 8 de mayo, estrechando un poco más el margen, porque hasta que no se dirima quién manda no se toman decisiones, más allá de meter presión a ERC. En Junts los hay que apuestan por dejar a ERC gobernando en solitario, los que abogan por un nuevo gobierno de coalición redefinido en competencias, y los que quieren una repetición electoral. Aragonès parece no darse cuenta de que, en cualquiera de estos tres escenarios, ERC sufrirá y él será un presidente débil y frágil, tendrá que lidiar con una situación económica compleja, con la pandemia todavía golpeando, bajo fuego graneado de acoso y derribo diario con la exigencia de avances hacia la independencia; y con constante erosión en materia económica y social. ERC habla del giro a la izquierda en Cataluña, y como muestra quiere pactar con Junts per Catalunya, la derecha de toda la vida. ¿En serio?

Aragonès parece empecinado en el fracaso. Sabe que la legislatura con Junts tiene cero recorrido. Eso si no lo dejan tirado en el último momento. Además, cada día que pasa en el PSC aumenta el hartazgo. Además, los socialistas no piensan ser el salvavidas de un gobierno que, en lugar de buscar espacios de diálogo y debate, se enquista en saber cuél es el papel del Consell per la República. No lo piensan porque Aragonès, más allá de las buenas palabras, no ha abierto esta puerta. Tampoco la de los comunes. Un error negociador que Junts está sabiendo aprovechar.

Está perdiendo un tiempo precioso para construir una alternativa de gobierno que se aleje de un tumulto que tiene garantizado, con repetidas melés, si al final gobierna sólo dependiendo de Junts en el Parlament o gobierna en coalición con el enemigo en casa. La marcha de las negociaciones distan mucho de construir una relación de complicidad en los socios, y según qué opción se imponga en Junts, en el seno de la formación, continuarán con su guerra de guerrillas para superar rencillas y alcanzar cuotas de poder.

Empezó todo mal con la elección de Borràs, continuará a peor con la elección de Madaula, y acabará de mal en peor con un Govern mirando por el retrovisor a Waterloo e intentando poner en marcha una hoja de ruta --espero que Aragonés la tenga-- con sus aliados dinamitando la acción de gobierno todos los días. Creo que en ERC son conscientes de todo esto. La incógnita es por qué siguen por este camino, por qué se han dejado ganar la iniciativa. Si es porque les insulten y les califiquen como botiflers, eso ya lo saben. Los que lo hacen lo repiten desde hace tiempo. ¿No se trata de ampliar la base? Pues gobiernen porque cuatro años en la oposición a más de un juntero le dará que pensar.  Aragonès lo ve, pero se ha convertido en el nuevo Empecinado.

El Empecinado fue un militar español que puso en jaque a las tropas francesas y a las absolutistas. Como buen liberal juró la Constitución de Cádiz y la defendió frente al Rey Fernando VII. Fue desterrado al final del Trienio Liberal y se acogió a la amnistía para volver a su tierra. El Rey ordenó acabar con él a pesar de que le dio un permiso para volver a España. Así acabó aquel militar, en manos del que suponía entonces que no era su enemigo. Tardó en reaccionar. Aragonès debería tomar nota.