Quizás sea por el hecho de que llevo mucho tiempo sin pareja estable, pero si miro atrás, tengo la sensación de que mis amigos son para mí una especie de familia. ¿Recuerdos de viajes, escapadas, comidas, visitas a museos, excursiones? La mayoría con amigos. ¿Con quién desahogarme de mis desamores, del sufrimiento por la enfermedad de un ser querido, de haberme enfadado con mis padres, de mis problemas laborales? Con mis amigos.

Ahora que casi todos hemos sobrepasado los 40 y andamos liados con hijos y trabajo, se me hace más difícil quedar con ellos. Para organizar una escapada de fin de semana con mis amigas de la universidad hemos tenido que esperar casi un año para cuadrar agendas. Para verme con mi amiga Laura, que ha encontrado novio y se han ido a vivir juntos a la Costa Brava, tres cuartos de lo mismo. Y yo, que encima trabajo en casa y me paso horas sin ver a nadie, los echo bastante de menos. Así que cuando me acuerdo de alguno de ellos, hago algo que antes no hacía, porque me parecía de abuela: les envío un whatsapp simplemente para preguntarles cómo les va. Algunos me contestan con un larguísimo mensaje de voz, otros me llaman para hablar, otros me contestan con un breve “todo bien, hablamos pronto” o se les olvida contestar. Pero yo me digo a mí misma que mi mensaje les ha gustado, porque cuando ellos hacen lo mismo conmigo, me hace mucha ilusión.

Y esta ilusión, al parecer, estaría justificada con datos:

“Es fundamental mostrar y decir a tus amigos lo mucho que te gustan. Según los estudios, la cualidad que la gente más aprecia en un amigo es el apoyo al ego, que es básicamente alguien que les hace sentir que son importantes. Cuanto más puedas demostrar a la gente que te gusta y la valoras, mejor. Los estudios demuestran que el simple hecho de enviar un mensaje de texto a un amigo puede ser más significativo de lo que la gente tiende a pensar”, explica Marisa Franco, una psicóloga estadounidense especializada en amistad, en una entrevista reciente con The New York Times.

Franco acaba de publicar un libro titulado Platonic: How the Science of Attachment Can Help You Make –and Keep— Friends (“Platónico: cómo la ciencia del apego puede ayudarte a hacer –y mantener— amigos”), donde analiza la importancia de tener amigos íntimos para combatir la sensación de soledad y da una serie de consejos prácticos sobre cómo hacer amigos nuevos en la edad adulta y profundizar las relaciones existentes.

Uno de los primeros consejos que da Franco es que dejemos de creer en ideas preconcebidas como la de que las personas que tienen la amistad como centro de sus relaciones son más infelices o están más insatisfechas que las que tienen la pareja en el centro. “Es algo que yo misma solía creer: pensaba que el amor romántico era el único que me realizaría. Al otro lo llamé ‘platónico’ para nivelar un poco esa jerarquía”, explica.

Por otro lado, Franco explica que según la “teoría de la regulación del riesgo” decidimos cuánto invertir en una relación en función de la probabilidad que creemos que tenemos de ser rechazados. Así que uno de sus grandes consejos es que si intentas conectar con alguien, es mucho menos probable que te rechacen de lo que crees.

“Y, sí, debes asumir que le gustas a la gente”, insiste. Para afirmar esto, se basa en la llamada “brecha de agrado”: la idea de que cuando los desconocidos interactúan, la otra persona les gusta más de lo que suponían.

En tercer lugar, Franco habla de la “profecía de la aceptación”. Según sus investigaciones, a la hora de hacer amigos, la mentalidad tiene un peso importante. “Cuando las personas asumen que les gustan a los demás, se vuelven más cálidas, amistosas y abiertas. Así que se convierte en una profecía autocumplida”, concluye.