Pensamiento

Antich

13 diciembre, 2013 08:46

Le conocí al principio de los 90, cuando era el periodista estrella de El País en Cataluña y Jordi Pujol era el político estrella de España, con permiso de un Felipe González que ya necesitaba muletas para gobernar. Pepe Antich parecía un crack, el crack. Sabía siempre más que nadie y su información tenía una rara dureza de titanio en el entonces muy melifluo panorama informativo catalán. Hostias como las que él daba era capaz de darlas muy poca gente. Amigos hasta en el infierno como los tenía él no parecía tenerlos casi nadie. Desparpajo para mirar a los ojos a quien sea, ni te cuento.

Hay en el pueblo catalán, que aunque no lo parezca casi siempre se ha pasado de frenada buenista, una íntima y tremenda admiración por los malos. De la película o de lo que sea. Es fácil hacerse respetar en Cataluña a base de ser el que más chilla, el que más muerde y el que más coces arrea y sobre todo el que menos escrúpulos tiene.

Cuando el oasis catalán funcionaba a pleno rendimiento él ejercía de beduino mayor. Muy mal tiene que estar esto de Mas para que no le pueda dar la vuelta ni el Gran Houdini que siempre ha sido Antich

¿Se ajusta esta definición a Antich? Cuando el oasis catalán funcionaba a pleno rendimiento él ejercía de beduino mayor. Cambiaba con soltura de camello según soplaban el siroco o el simún y fue, si no el inventor, sin duda uno de los mayores atizadores del periodismo político entendido como pseudopolítica en sí mismo. No como acto informativo sino especulativo, ni siquiera en el sentido de especular si va a ser esto o va a ser aquello, sino a mí qué me conviene que sea. A qué caballo apuesto yo personalmente.

Podríamos repasar aquí infinidad de peripecias del personaje. Pero de su capacidad camaleónica da la mayor medida quizás el hecho de que puedan convivir en él la leyenda de haber llegado a director de La Vanguardia porque así lo quiso José María Aznar, con la leyenda de que va a dejar de serlo porque el diario del Grupo Godó quiere olvidarse del soberanismo independentista para volver a recuperar la centralidad. Que conste que no voy a ser yo quien critique la evolución ideológica de nadie... si de verdad lo fuese, si fuese una cuestión de ideas. Pero tratándose de Pepe Antich parece ser y haber sido siempre una evolución de olfato. De audaz y afilado instinto de poder.

En este país se ha abusado siempre mucho del periodismo de ideas por encima del de hechos. La objetividad no cotiza al alza. Tener carnet de un partido no es algo que un periodista tenga que justificar, sino motivo de orgullo (a mí una vez me llegaron a insultar por no tener ninguno; un colega me afeó mi "falta de compromiso"). Pero por lo menos cuando eso es fruto de creencias genuinas, así sean sectarias y en ocasiones, con perdón, hasta excluyentes y un poquito cabronas... Lo malo es cuando detrás de todos esos inconvenientes no existe ni una sola ventaja. Ni una sola idea en verdad sincera.

Yo sinceramente creo que el reciente enloquecimiento político-mediático catalán (otro día si quieren nos sentamos a hablar del español, en general) tiene mucho que ver con la alarmante proliferación de periodistas ni siquiera de cámara sino directamente de esquina. Gente que se adhiere a un discurso no porque se lo crea o porque crea que es verdad sino porque cree que es el que va a vender. El que le va a garantizar determinadas cuotas y presencias. Cuanto haya que distorsionar los hechos para encajarlos a presión da un poco lo mismo. Las consecuencias éticas y sociales de hacerlo, también. Bastan media docena de estos para generar legiones de cerebros lavados a la piedra. Pero, ¿para siempre?

Muy mal tiene que estar esto de Artur Mas para que no le pueda dar la vuelta ni el Gran Houdini que siempre ha sido Pepe Antich. Muy inminente tiene que ver alguien el deshielo de una realidad real que, quieras que no, a la larga es siempre más tozuda que la realidad política. ¿Estamos a punto de cambiar de pesadilla o de despertar de verdad? Porque a lo mejor ya toca esto último, ¿no? A lo mejor la verdadera Ítaca era y sigue siendo tocar con los dos pies en el suelo. Ese gran lujo.