Albert Rivera durante la noche del pasado domingo incidió en la misma obsesión que Juan Marín ha mostrado durante toda la campaña: los resultados se han de leer en clave del panorama político español. Es una obviedad pero quizás se deba recordar que eran elecciones andaluzas. Se ha de reconocer que han sido Teresa Rodríguez y Susana Díaz las candidatas que más han comentado que eran unas autonómicas, con acento andaluz.

Si olvidamos el sentido de la convocatoria, se entiende que Ciudadanos se plantee pactar con Vox, cuyos representantes hablan de reconquistar España. Pero ¿Ciudadanos se convertirá en un partido de gobierno en Andalucía si sólo cree que esta comunidad autónoma es un granero de votos para asaltar el Gobierno central? Entre el “No pasarán” podemita y el “Viva España” voxiano está la dignidad de los andaluces y sus problemas específicos, derivados en buena medida del peculiar capitalismo extractivo que domina la región. Institucional y económicamente perduran aún, como ha demostrado Carlos Arenas, muchos privilegios.

Uno de los actitudes más evidentes del PSOE andaluz ha sido su desinterés por desmontar la descarada práctica clientelar, piedra angular de las relaciones entre elites políticas y económicas. Es esa permanencia de una economía política del clientelismo la que ha mantenido con vida a los sectores más conservadores, reconvertidos ahora en hiperventilados nacionalistas españoles. Si Ciudadanos pactase con PP y Vox, reforzaría una vez mas el clientelismo, una de las causas fundamentales del atraso de Andalucía. Y si pactase con el PSOE lo mismo, pues daría continuidad como ha hecho en la última legislatura a un modelo institucional agotado por ineficiente y clientelar.

Aún más, en Andalucía no se puede pensar sólo en clave urbana, como hace Ciudadanos y como ha hecho el PP durante años y años. La suma de las capitales y de las metrópolis sevillana y malagueña no es suficiente para conseguir el poder en San Telmo. Tampoco es correcto afirmar que el llamado voto cautivo en el mundo rural ha sido únicamente consecuencia del clientelismo del partido socialista. El éxito durante años del llamado bloque de izquierdas es que han sabido hacer una lectura andaluza de las desigualdades internas, territorialmente hablando.

Pero ese filón ya no es suficiente. Los trabajadores del campo que conocieron cómo se ha pasado del brutal y humillante abandono, al que estuvieron sometidos hasta 1980, a disfrutar de carreteras asfaltadas, de centros de salud y de escuelas y de ayudas al desempleo con los gobiernos del PSOE, están mermando por ley de vida. Sociológicamente Andalucía ha cambiado mucho en los últimos treinta años, económicamente no tanto. Muchos ya no saben de dónde venimos y sólo se preguntan, mirando a España y al mundo, dónde estamos.

El PSOE parece haber cumplido su función de fuerza transformadora pero sin haber resuelto las contradicciones internas derivadas de una arraigada desigualdad social. Es un espejismo pensar que hemos vuelto a la casilla de salida aunque, como repetía Teresa Rodríguez, no está de más que nos preguntemos por las cosas de comer. Y ha sido en este contexto de crisis social y económica permanente donde ha calado un elemento renacido de su letargo: el nacionalismo español.

¿Quiénes son los responsables de atizar este renacer dorado? No todo se explica por el trumpismo. Al ascenso de este fenómeno interclasista han contribuido decisivamente Podemos y PSOE pactando con los partidos totalitarios y separatistas, quizás ahí esté otra clave de su caída. Luego han sido los mismos andaluces los que o se han abstenido o han votado en clave nacional, para premiar a unos y castigar a otros. Y si los electores y los partidos insisten en no pensar en clave andaluza, entonces ¿para qué queremos la autonomía?