El lunes por la noche, al ver que Otegi pedía perdón por los casi 1.000 españoles asesinados por los terroristas de ETA, no sentí ninguna alegría, sino rabia. He llorado mucho por los muertos por esa barbarie separatista que a los de mi generación nos ha apenado desde niños. Ha sido una maldición bíblica.

Al acostarme pensé titular este artículo Odio a ETA, pero al despertar he decidido cambiarlo por Amo el País Vasco, como mi tierra catalana, porque es la mía, como Navarra, Galicia, Valencia, Andalucía, Asturias y Madrid. Me siento español y catalán, por eso me hace tanto daño la metamorfosis del nacionalismo del Govern de la Generalitat, que siempre ha sido el de Jordi Pujol, hoy paciencia, mañana independencia. En el resto de España no sabía, pero en Cataluña, sí…

En una comida con Felip Puig, exconseller de Economía y Política Territorial, y un condenado Josep Rull, jefe entonces de la oposición de CiU en el Ayuntamiento de Terrassa, nos lo dijo a los directores de medios de comunicación vallesanos. Yo no me levanté porque representaba a Revista del Vallès en el 2004.

Pero no hablamos de Cataluña, sino del País Vasco. De joven veía que muchos de la oposición al franquismo se alegraban de los asesinatos. A principios de los años (los años de plomo) una vecina me dijo: “Roberto, algo habrá hecho”, y me mosqueó.

Yo soy pacifista, siempre me ha gustado Gandhi, el hombre que más me ha gustado del siglo XX.

Nunca me ha gustado la violencia, ni la de los GAL (que mataban torpemente a los asesinos de ETA). Poca gente conoce que los GAL eran de extrema derecha de Barcelona, me lo contó un viejo amigo del CNI que en 1989 les daba clases en la prisión de Quatre Camins…