El primer repunte de contagios de Covid-19 de la segunda oleada que disparó las alarmas fue algo modesto: un aumento del 2,2% en la primera semana de julio, justo siete días después de la verbena de San Juan. En la tercera semana de julio, tras las primeras avalanchas playeras, Salud registró un aumento del 8,8%. Posteriormente al 15 de agosto, o sea, tras las fiestas patronales de gran parte de los pueblos de Cataluña, el salto fue del 7,7%.

La evidencia de estos datos no ha frenado a la Generalitat en su apoyo a las concentraciones de la Diada, como tampoco ha hecho mella en la ANC, la organizadora. Hacer otra cosa sería olvidar su única razón de ser: mantener la tensión que alimenta física y mentalmente al mundo independentista.

La floja asistencia de la jornada de ayer podría demostrar que una buena parte de sus seguidores tienen más cabeza que unos líderes que cada día que pasa tienen que forzar más la máquina para compensar el agotamiento del proyecto y de las ideas. Y ese sobreesfuerzo deja al descubierto más que nunca las mentiras sobre las que construyen su relato.

El mensaje indepe del momento es la petición de una amnistía como la que se promulgó en 1977 tras las primeras elecciones democráticas y cuando España salía del largo túnel del franquismo. Como una medida así solo se puede dar en una dictadura o en su broche final, la España de hoy tiene que aparecer a ojos de los catalanes como un Estado autoritario.

Y eso es lo que denunciaba Quim Torra desde las entrañas del propio Estado --desde la Generalitat-- en su mensaje institucional de la Diada. A la vista de todos los ciudadanos, un presidente autonómico dice por televisión que vive en un régimen dictatorial. ¿Tiene algún sentido? ¿Dónde estaría el propio Torra en estos momentos si España no fuera una democracia?

Elisenda Paluzie, la presidenta de la ANC, ha acusado estos días al Estado de haber pinchado su móvil y justifica que no lo haya denunciarlo ante los Mossos d’Esquadra porque ellos trabajan para la justicia y para el mismo Estado que le espía. Pero Paluzie lleva decenios viviendo –y aún lo hace-- de ese mismo Estado como profesora de la Universitat de Barcelona. ¿En qué quedamos?

No digamos ya los disparates que lanza desde Bélgica el expresidente Carles Puidemont, con proclamas para derrocar el régimen y vencer al Estado con la “confrontación inteligente”. ¿Para derrocar esa supuesta dictadura hay que huir del país?

Si retuercen de esta manera lo que todos los ciudadanos tienen a la vista, qué no harán con la historia oficial; con la que se enseña en los colegios, por ejemplo. Pues, mentir. La pregunta del millón es cuántos de los miles de catalanes que hicieron cola ayer para salir de puente han visto el agotamiento del relato independentista y ese falseamiento permanente de la realidad.