Muchos son los que todavía pueden aportar la memoria personal del notable eslogan Llibertat, amnistia i Estatut d’autonomia que movilizó multitudes en Cataluña, física y moralmente, entre 1976 y 1979, período en que se alcanzaron los tres objetivos.

Los independentistas intentan ahora aprovechar el eco de aquel “libertad y amnistía”, olvidando la “autonomía”, que dicen superada. Son especialistas en el montaje de falacias. El contexto social y político de la “libertad y amnistía” de entonces fue totalmente diferente del actual. Igualar ambos contextos es de una mala fe irritante, tanto como llamar exiliados a Carles Puigdemont y a los otros huidos.

Exigen la amnistía que supondría la inexistencia de delito en sus actuaciones pasadas y una bendición para las futuras del mismo signo. ¡Qué triunfo el suyo, si les fuera concedida! Pero tranquilicémonos, que no habrá amnistía por muchas razones, algunas de las cuales tuve ocasión de reseñar .

Los independentistas conocen perfectamente esa improcedencia e imposibilidad y no les importa el sinsentido de seguir con la exigencia. Utilizan la amnistía como un “banderín de enganche” a su causa. Tampoco les importa un engaño más. Véase la campaña Firma por la amnistía, Firma ahora para hacerla posible.

Y también apelan al extranjero y exportan el engaño, con un modesto resultado que presentan como un éxito apabullante. Se trata de destacar que "50 personalidades firman el manifiesto Dialogue for Catalonia" en el que se reproduce lo consabido: “la represión debe acabar”, o “la amnistía es la única solución”. Son muchas firmas, entre ellas las de cinco premios Nobel, pero, siendo muchas, ponen en evidencia las muchas que no están. Hay cientos de premios Nobel.

Admirable la entrega de esos firmantes a causas lejanas de resonancia noble: la libertad y las libertades, el rechazo de la represión, el diálogo… La fuerza evocadora de los principios y los valores, a los que los firmantes son sensibles, se impone a la realidad de unos hechos que, al parecer, ignoran.

En la España de las libertades no hay represión --por mucho que los independentistas digan que la hay al estilo de Trump con su mantra del “fraude electoral”--; la amnistía no procede, ni moral ni legalmente, y a los independentistas no les interesa el diálogo, si no es para alcanzar sus fines.  

Más allá del éxito del banderín de enganche, los independentistas buscan afanosamente ganar el relato. Ninguno de los condenados cumplirá enteramente su condena. Oriol Junqueras no estará 13 años encarcelado. Por beneficios penitenciarios, indultos o reducción de la pena por una reforma del Código Penal, los presos saldrán mucho antes del último día de su condena.

Si salen de la cárcel sin arrepentirse ni renunciar a la unilateralidad habrán ganado el relato de “Somos inocentes”. Y su (falso) relato seguirá moviendo voluntades, llenando las calles y las urnas.

El paso del tiempo atenúa la percepción de la gravedad de los hechos y la fortaleza del Estado permite el ejercicio del derecho de gracia. Pero los dirigentes independentistas, con la falta de escrúpulos del “fin (la independencia) justifica los medios”, no aprovecharán su salida de la cárcel para el reencuentro, sino para revitalizar el procés e ir tirando unos años más, puede que ya desde la oposición.

El remedio es no cejar en el desmontaje paciente de su relato.

El ofrecimiento de un reencuentro en pro del interés general no tiene por qué obviar que “son culpables”, no sólo de los delitos por los que han sido condenados, sino también del daño enorme causado a la convivencia y al conjunto de la sociedad. Que nieguen su existencia --para ese daño también les cubriría la amnistía-- no hace más que retrasar la recuperación de la normalidad civil y política.

Sólo afrontando un examen objetivo del desgarro vivido --examen que los independentistas no están todavía dispuestos a compartir-- podremos superar estos años negros de nuestra historia y no cerrándolos en falso.