Hace unos días un amigo me invitó a comer a su casa y mientras esperábamos a que se calentara la crema de verduras (con un extra de picante que por poco me hace sacar fuego por la boca) me contó su intento frustrado de mantener una relación con una mujer tras enterarse de que era antivacunas. “Al principio me bloqueé, mi padre se murió de Covid, ya sabes, pero luego escuché sus razones. Cuando te gusta alguien intentas ser complaciente, ¿no?”, me dijo.

El problema fue que cuando se puso a investigar e intentó rebatir sus razones con artículos científicos comprobados, ella no quiso ni siquiera leerlos, así que mi amigo, ofuscado por su conducta, empezó a despreciarla. Por mucho que le gustara, acabó dejándola. “Hay gente que solo está dispuesta a escuchar argumentos que les den la razón”, dijo con tono enfadado, quizás aún dudoso de su decisión.

“Sentimientos encontrados”, pensé, recordando la de veces que a mí me ha gustado un hombre y a la vez he pensado que era un imbécil o me daba rabia algún rasgo de su carácter, de su conducta, o de su forma de pensar (por ejemplo, los que son muy nacionalistas, los que hablan mucho de sí mismos y parece que no me escuchan, los perezosos que duermen hasta las doce, los que siempre dejan que yo lo decida todo). Mi abuelo, un sabio, a quien solía contar mis amores y desamores, me dio un solo consejo: “Fíjate bien en los defectos de la persona con quien estás, porque los tendrá siempre”.

Mi abuelo insinuaba que los sentimientos encontrados –lo amo y lo odio— iban a estar siempre presentes en una relación. Era yo la que debía decidir si estaba dispuesta a aguantar o no lo que me irritaba de mi pareja. Y viceversa. Recuerdo que a mi último novio le sacaba de quicio que yo fuera tan lenta por la vida (poniéndome y sacándome el abrigo, por ejemplo) o que tuviera tantas manías (odio el ajo, no puedo comer queso fundido por la noche, no puedo dormir con la puerta de la habitación totalmente cerrada, me da claustrofobia, etcétera).

Las emociones encontradas –sea con una pareja, un familiar, amigo— “son fenómenos mucho más complejos de lo que parece y nos producen mucha angustia”, escribe el profesor de Harvard Arthur C. Brooks en su columna regular en The Atlantic. Citando varias investigaciones psicológicas recientes, Brooks afirma que es más fácil tirar adelante (nuestra sensación de bienestar es mayor) cuando nuestros sentimientos no están en guerra, cuando todo es positivo o cuando todo es negativo, mientras que las emociones encontradas nos agotan emocionalmente.

“Ante esta evidencia, la solución obvia sería intentar erradicar las emociones encontradas y tener un pensamiento más dicotómico, actuando en consecuencia”, escribe. Es decir, resulta más fácil pensar que un amante que no quiere una relación seria contigo es un idiota, que aceptar que lo que tenéis es bonito y triste a la vez; o dejarse llevar por la tristeza y la nostalgia cuando nos vemos obligados a cambiar de piso por una circunstancia ajena, en lugar de pensar también “qué feliz he sido aquí”.

“Entender la verdadera complejidad de nuestras relaciones y experiencias nos lleva más allá de las descripciones superficiales de ‘genial’ u ‘horrible’, que ofuscan más que elucidan nuestras vidas”, dice Brooks. La vida es más fácil cuando el camino a seguir es claro, por supuesto, pero rara vez lo es, añade. “Así que no intentes que la vida no sea complicada, ni que te guste menos porque sea complicada. Más bien, decídete a estar totalmente despierto y vivo dentro de ese desorden”, concluye.