Frank-Walter Steinmeier, presidente federal de Alemania, ha calificado de “gran alivio” haberse librado de Donald Trump al jurar Joe Biden el cargo de presidente de los Estados Unidos. Ese alivio lo sintieron millones de norteamericanos, lo compartimos millones de ciudadanos del mundo y lo celebraron por todo lo alto, por ejemplo, en ciudades caleidoscópicas de los Estados Unidos como Nueva York, Washington o San Francisco, ciudades en las que --dicen los cronistas-- hubo un aumento histórico de la venta de champán.

Imaginemos el alivio que sentiríamos muchísimos catalanes, compartido por otros tantos compatriotas españoles, si los independentistas dejan la presidencia de la Generalitat y salen del Govern porque ya no tienen la mayoría parlamentaria para repetir en los cargos.

Qué alivio dejar de oír al presidente de la Generalitat --la máxima autoridad del Estado en Cataluña-- clamar desde el podio de la presidencia por la secesión de una de las regiones de Europa con más autonomía gubernamental y más protección de su singularidad cultural.

Qué alivio dejar de oír que el presidente de la Generalitat y los miembros de su gobierno acusen, un día sí y otro también, a los otros poderes del Estado de “represión” en uno de los 20 países del mundo (España) de democracia plena, que si en algún punto flaquea es donde ellos gobiernan.

Qué alivio que las mentiras del independentismo sólo se oigan en la calle y en la bancada secesionista sin el apoyo de las instituciones autonómicas ni el altavoz de TV3.

Qué alivio que la suerte de Cataluña no dependa de personajes como Laura Borràs y Joan Canadell (JxCat), Pere Aragonès (ERC) y Dolors Sabater (CUP), ni tenga que padecer la influencia desestabilizadora de Puigdemont y Junqueras. Produce escalofríos pensar que Canadell (“España es paro y muerte”) pueda ser conseller de algo.

Qué alivio que quienes estén en su lugar hablen y gobiernen para todos, mantengan una relación de lealtad constitucional con las instituciones del Estado y de cooperación con las otras comunidades autónomas de España, y que, por fin, tengamos un gobierno que trabaje para mejorar las condiciones materiales de vida de los catalanes y para buscar el reencuentro en una sociedad dividida por tantos despropósitos de la presidencia y del gobierno de la Generalitat.

Alivios que tendrán mucho de liberación, pero que para los independentistas representarán una frustración y un resentimiento más, otra prueba de la fractura de la sociedad. Una sociedad sana comparte un denominador común de emociones; no es nuestro caso, no somos una sociedad sana, el independentismo nos ha enfermado. Cuanto antes sanemos, mejor.  

Los que se sientan frustrados y resentidos por esos alivios será porque conceptual y políticamente no conciben que Cataluña sea gobernada por no independentistas. No aceptar esa posibilidad es negar el principio de la alternancia. Y quienes niegan este principio esencial de la democracia se han alejado de la democracia.

Los independentistas necesitan la confrontación, puesto que lo que pretenden es una separación territorial impuesta (ya que no necesaria), luego violenta; confrontación no sólo con el Estado, también con quienes en la calle y en la esfera política no son independentistas.

De ahí su feroz animadversión hacia el candidato constitucionalista (con más posibilidades) que se propone pacificar, intentar el reencuentro --sin cesiones al independentismo causante de la fractura-- y la reconstrucción social desde el reformismo socialdemócrata. Salvador Illa ha dicho que no hará reproches sobre el procés; acierta, no hacerlos es ya una muestra de su voluntad de pacificación. 

Pero los teloneros intelectuales no estamos obligados a contenernos y debemos recordar que esa gente que nos ha presidido y gobernado a lo largo de la última década no son “buenas personas”, como dice cínicamente Junqueras que son.

Han mentido y engañado hasta la náusea, dividido hasta la fractura social, abusado de la democracia hasta la vulneración de la legalidad, desprestigiado las instituciones estatutarias hasta la desafección ciudadana y llevado Cataluña a la decadencia moral, social y económica, de cada uno de estos desastres hay pruebas contundentes; todo eso es exactamente lo que no hacen las “buenas personas”.

Los alivios sólo serán una atenuación circunstancial de los males que padecemos. Por delante quedará la reconstrucción moral y social de Cataluña. Tarea doblemente titánica por cómo los independentistas dejan Cataluña y porque la reconstrucción tendrá la oposición frontal de los independentistas.

Para merecer los alivios e intentar la reconstrucción hay que votar y que sea un voto rentable.