En Europa, desde fines del siglo XIX, la ideología nacionalista fue defendida e institucionalizada por oligarquías reaccionarias que veían la inmigración laboral como una amenaza y, años más tarde, por movimientos totalitarios reactivos ante cambios sociales que reivindicaban una mayor justicia social o igualdad de los ciudadanos.

Desde luego, el fenómeno nacionalista es hoy mucho más complejo. Hay que distinguir, al menos, entre nacionalismos estatales y nacionalismos separatistas. Ambos, como recordó hace casi dos décadas Fernando Savater, dificultan la convivencia y favorecen la disgregación, son reaccionarios: “Los nacionalistas convierten a gran parte de sus conciudadanos en extranjeros en su propia tierra, al no reconocerles como auténticos nativos según la definición del buen vasco, buen catalán o buen español que ellos quieren imponer”.

En estos últimos años se han producido cambios importantes. Lo que no logró el terrorismo nacionalista vasco, sí lo ha conseguido el separatismo catalán: poner en el tablero de juego al nacionalismo estatalista y españolista de Vox. Los resultados del 10N dejan un panorama estremecedor por el aumento considerable de representantes reaccionarios. A la espectacular subida de Vox, hay que sumar el crecido Bildu y el PNV, la irrupción de la CUP, el retorno de BNG y la repetición de una veintena de diputados separatistas de ERC y JxCat. Todos ellos empeñados en defender unos reaccionarios e inexistentes derechos históricos de sus respectivos territorios por encima de la igualdad de los ciudadanos.

Si agrupamos grosso modo los diputados en función de la ideología del partido de pertenencia --sin entrar en mayores precisiones sobre la inmanente contradicción podemita--, los resultados arrojan un escenario parlamentario con tres bloques: 158 diputados de izquierdas, 98 de derechas (incluyendo regionalistas cántabros, canarios y navarros) y 88 reaccionarios o nacionalistas. El caso de Teruel Existe hay que tratarlo aparte.

Quizás sea necesario aclarar que la oposición reaccionario / progresista no es correlativa con la de derecha / izquierda. Está más que demostrado que hay izquierdas reaccionarias --aquellas que, por ejemplo, confunden la lucha contra la pobreza con la eliminación de ricos-- y reaccionarios de derechas --aquellos que creen que la miseria es consecuencia del mercado o de una incapacidad individual--. Del mismo modo hay izquierdas progresistas --aquellos que ponen el acento en la lucha por la igualdad y la justicia social-- y progresistas de derechas --aquellos que buscan innovar y progresar colectivamente conservando lo conseguido--. Lo que no hay es nacionalismo de izquierdas, puesto que su principal fundamento es la desigualdad de los ciudadanos por su origen o ideología. Como escribió Savater: “Una persona de izquierdas puede simpatizar con el nacionalismo, desde luego, pero sólo como un cura puede ser ateo: contradiciéndose”.

Dicho de otro modo, si la izquierda española quiere un acuerdo con partidos nacionalistas, que explique bien cómo se puede ser progresista y echarse en brazos de reaccionarios. Quizás la respuesta es bien sencilla. El teatro del abrazo político es puro cinismo, y en lugar de ideologías, lo que se dirime es un obsceno reparto de poder con el talonario de todos en sus manos: “Aitor ¿cuánto quiere usted?”.