Maurici Lucena, presidente de Aena, está en campaña estos días para convencer a los desconfiados de las ventajas de aprobar la ampliación del aeropuerto de El Prat. Según explica, todos los algoritmos de crecimiento del tráfico aéreo de viajeros y mercancías para los próximos años, ajustados a los planes de modernización de la competencia, aconsejan aprobar inmediatamente las obras. De tal forma que cuando estén listas, dentro de cuatro o cinco años, el aeropuerto barcelonés esté en condiciones de afrontar la situación. El momento, dice, es ahora, cuando la ventana de oportunidad para financiar el proyecto está abierta.

Es probable que Aena se haya olvidado de aplicar el algoritmo electoral: dentro de dos años habrá elecciones municipales. No es fácil imaginar a Ada Colau optando a la reelección con la bandera de haber favorecido el proyecto de Aena. Más bien al contrario, dada la escasez de banderas de las que va a disponer la alcaldesa en campaña, la oposición al crecimiento del Prat en nombre de la salud del planeta se vislumbra como ideal. En el universo que rodea a la alcaldesa, el proyecto es muy polémico y salvo que desde la mesa de estudio creada por la Generalitat se genere un consenso férreo favorable a la ampliación, lo más previsible es que el Ayuntamiento de Barcelona se muestre reacio a darle apoyo, al menos momentáneamente.

El aeropuerto debe ser ampliado y seguramente lo será, aunque tal vez haya que esperar, imprudentemente, a una nueva ventana de oportunidad, la que se abrirá para dentro de un quinquenio, cuando se planifiquen las obras que entrarán en servicio para más allá de 2030. Es lo típico de la argumentación del agravio. Para entonces el aeropuerto Adolfo Suárez ya habrá ejecutado su ampliación y la reclamación de una inversión estatal que repare la injusticia para con Cataluña y retorne la competitividad para el aeropuerto Josep Tarradellas se abrirá paso sin mayor dificultad, como mínimo en la Generalitat.

La protección del espacio natural de La Ricarda no parece ser un obstáculo insalvable para la luz verde de la Unión Europea, hay una fórmula compensatoria de ampliación de 10 hectáreas por cada una ocupada que perece razonable. La tendencia de favorecer los viajes en tren para distancias cortas no modifica, según Aena, la exigencia de ampliar el hub internacional para ser competitivos en esta categoría. El viejo proyecto de potenciar los aeropuertos de Girona y Reus para aligerar la ocupación de El Prat estará pendiente durante muchos años de la conexión por alta velocidad de los tres puntos para garantizar la eficacia de la asociación y, en todo caso, la ampliación de las instalaciones barcelonesas no debería interferir en el crecimiento de los otros dos. O no debería permitirse que esto sucediera porque tanto Girona como Reus tienen unos objetivos propios como bases turísticas.  

Los opositores a la ampliación esgrimen un argumento de fondo, por qué seguir invirtiendo en el aeropuerto si el tráfico aéreo es uno de los grandes factores de contaminación y habría que trabajar en alternativas sostenibles. Porque hay que prever, dicen quienes sustentan el proyecto, que también las aeronaves abandonarán el uso de los combustibles fósiles a medio plazo. Airbus anunció hace un año que dispone de tres prototipos para impulsar sus aviones con hidrógeno a partir de 2035; eso sí, las instalaciones aeroportuarias deberán acondicionarse a las nuevas exigencias de almacenamiento y repostaje que la novedad requerirá.

El peligro de llegar tarde para mantener la competitividad con los aeropuertos alternativos al de Barcelona (Milán, Viena, Madrid) o para estar en condiciones de poder recibir las nuevas aeronaves del futuro es cristalino. Y sin embargo, los políticos se miran de reojo. Tal vez para llevarse simplemente la contraria buscando posiciones electorales diferenciadoras. El Ayuntamiento de Barcelona observa a la Generalitat y viceversa; en el interior del gobierno catalán ERC escruta a JxCat  y la CUP a los dos socios. Si Madrid lo propone, hay que discutirlo aun con el riesgo de retrasarlo inadecuadamente; de negarse Aena a la inversión de 1.700 millones en El Prat mientras diera luz verde a Barajas, no habría duda, la ampliación sería urgente. Está claro que no es lo mismo una oferta que una reclamación.