Ayer estaba yo plantado al sol, en la calle de las Infantas de Madrid, pensando en las dos hojas de hierba que los chinos han logrado hacer brotar, en una minibioesfera, en la cara oculta de la Luna. Las hojas han sobrevivido unos días, hasta que las bajas temperaturas las han marchitado.

Esas dos hojas muertas en la Luna, por no sé qué asociación de imágenes, quizá por el parecido entre la superficie lunar y el desierto sirio, me han traído a la conciencia el drama de los kurdos, vendidos por los Estados Unidos a Erdogan para que organice en el Norte de Siria otro exterminio impune. Mientras el ejército regular sirio se pone en marcha para defender su frontera. Otra guerra.

Estaba pensando en esto cuando, ¿quién se me acerca muy sonriente?, Màrius Serra. Y me dice: “¿Hombre, qué haces tú por aquí? ¿También estás de jurado?”

Porque resulta que Màrius estaba ayer lunes en Madrid como miembro del jurado del Premio Nacional de narrativa infantil. Cuando digo “nacional” me refiero a español; parece pues que a Màrius ser ultranacionalista no le impide embolsarse 400 euracos colaborando con el país enemigo que además hace apenas dos horas acaba de condenar a largas penas de prisión a sus líderes; pues al fin y al cabo si Bocatorta colabora con la FAES, si Junqueras dice que ama a España, ¿por qué no va a colaborar Màrius con el ministerio de Cultura?

Desde luego, ha logrado desconcertarme, no esperaba verle aquí: yo suponía que el sitio que le correspondía ocupar, precisamente ayer lunes, no estaba en una mesa larga en algún salón del ministerio hablando de literatura infantil, sino en alguna barricada barcelonesa, encarándose con la policía; o en las vías de alguna estación de tren, “toçudament assegut”; o acaso rodando para TV3 alguno de esos apasionantes programas donde se planta con una pizarra portátil en la plaza mayor (ahora Plaça 1 d’octubre) de Vilamerda de l’Arquebisbe, y le explica a los vecinos que el catalanísimo fiambre que allí llaman “botifarret”, a solo cien kilómetros, en Riupixats del Baixventre, lo llaman, en cambio, “botifarrot”. (¡Cuán bella es la lengua!). O acaso espiando en alguna terraza de la Rambla de Cataluña la conversación de dos malvados españolistas, para luego tuitearlo. Le gusta tuitear, está visto.

Màrius me tiende la mano, pero me siento renuente a estrechársela porque precisamente esta mañana me ha dicho cosas muy feas en Twitter, según me han contado: no estoy en las redes sociales, pero siempre hay un buen amigo para ponerte al día de todas las bajezas. “Hombre, yo creo que la mano no hay que negársela a nadie”, dice Màrius, dolido, pero sin perder la sonrisa. Pues nada, Màrius, si tanta importancia le das al tema de estrechar la mano, yo te la estrecho; pero la mano y basta, no esperes que además te pellizque con simpatía los mofletes, ni que te palmee paternalmente el cogote como le gusta hacer a Albert Montagut con sus amigos. ¡Y por favor, aféitate ya esa barba, que da pena! Y la próxima vez que me veas cambia de acera, gracias.

En fin, esas cosas del procés. Gente con barba rara que tuitea. Se rompen las simpatías, las complicidades...

Y aparte de eso... ¿en qué estaba pensando yo, ayer, a última hora de la mañana, plantado en la calle Infantas de Madrid? ¿Pensaba en las sentencias? ¿En Junqueras… en Turull…? Qué paradoja, por cierto: en el año 2011, Turull llamó “golpe de Estado encubierto, del siglo XXI” y “festín de los violentos” a los insignificantes altercados de Aturem el Parlament que forzaron a Artur Mas a entrar en helicóptero y ensuciaron la fea chaqueta blanca de aquella consellera felizmente olvidada.

Cuando la Audiencia Nacional absolvió a los ocho jóvenes acusados, la Generalitat --Turull era consejero de Presidencia-- recurrió al Supremo, que efectivamente revocó la sentencia absolutoria y condenó a los desdichados a tres años de cárcel. Entonces --año 2014-- dijo Turull que esa pena concordaba “con el sentimiento mayoritario del pueblo de Cataluña”. En su purísimo tartufismo, la frase responde a una operación mental típicamente convergente: no es que él celebrase la severidad del juez, sino que quien se alegraba era “el pueblo catalán”. ¿Y quién era el juez cuya sentencia en tal ocasión concordó con el sentimiento mayoritario del “pueblo catalán”? Marchena. 

En fin, cosas. Cositas. Naderías. Fruslerías. Bagatelas del procés.

Ah, pero no, no era en eso en lo que estaba pensando cuando Màrius ha interrumpido mis pensamientos, sino en que Trump le ha dado permiso a Erdogan para invadir Siria, y los grupos armados de Jaish al-Sharquiya y Ahrar al-Sharquiya, respaldados por los tanques y los aviones turcos, ya están cometiendo sus masacres a kurdos en el norte de Siria a la voz de “Ala-hu Akbar!”; mientras, los comandos durmientes del Estado Islámico, que durante todos estos años los kurdos han estado combatiendo y derrotando a base de inteligencia, paciencia y coraje, se reorganizan...

No hay aquí nada de raro: al fin y al cabo, Erdogan es un “islamista moderado” y un “tirano democrático”, y en cuanto a la lealtad y la constancia de los Estados Unidos, todo el mundo sabe lo que se puede esperar...

Pero no, no: en lo que yo en realidad pensaba era en las dos hojas de hierba que han brotado en algún lugar de la cara oculta de la Luna. Las llevó hasta allí, dentro de una campana de cristal llamada Microsistema Lunar, junto con otras semillas que no llegaron a brotar, la nave espacial Chang’e-4. Un prodigio de la ingeniería astronáutica china. Lástima que las dos hojas hayan durado tan poco, que se hayan muerto de frío tan rápidamente y que hayan sido solo dos.