William Kentridge es un verdadero artista y desde luego no ha de incomodarle haber sido distinguido con el premio Princesa de Asturias, en un momento además muy oportuno: en vísperas de una retrospectiva en el Reina Sofía, cuyo director si no me equivoco fue quien hace ya muchas lunas presentó a Kentridge en España con una luminosa expo en el MACBA.

Ignoro el valor de las contribuciones de Kentridge a la ópera y al teatro en las últimas décadas. Pero admiro sin reservas sus películas de dibujos animados, borrosas, tiznadas, azules, donde las imágenes se solapan antes de ser terminadas (lo que multiplica su valor alusivo y la sensación de autenticidad, la sensación de lo que tiene que ser dicho con urgencia y no puede entretenerse a relamerse) y representan un mundo entre el onirismo de pesadilla de Kafka y el costumbrismo suburbano; eso, cuando no se eleva a proposiciones más abstractas y ambiguas.

Ahora bien, me pregunto (y no por primera vez): ¿Qué sentido tiene premiar a Kentridge? ¿O a Leonard Cohen? ¿Acaso necesitan este reconocimiento del Reino de España? ¿Quién, aquí, premia a quién? ¿Para qué sirve esta inercia de reconocimientos y palmaditas en la espalda a figuras sobradamente consagradas en el circuito internacional, propia de tiempos más rumbosos, provincianos y fiesteros?

¿Para qué sirve esta inercia de reconocimientos y palmaditas en la espalda a figuras sobradamente consagradas en el circuito internacional, propia de tiempos más rumbosos, provincianos y fiesteros?

En cambio, he aquí un premio con sentido: el multimillonario sueco László Szombatfalvy (sí, de origen húngaro) a través de The Global Challenges Foundation (Fundación para los desafíos globales) ha dotado con cinco millones de dólares un premio, al que se puede concursar hasta el próximo día 24, para una propuesta de modelo alternativo de Gobierno mundial.

En la web de la fundación escribe el señor Szombatfalvy: "Las grandes amenazas a las que nos enfrentamos trascienden las fronteras nacionales; por consiguiente deben ser afrontadas conjuntamente por todos los países, basándose en una creciente conciencia de nuestra interdependencia (...). El sistema internacional actual --incluida la ONU-- se configuró en otra época, después de la Segunda Guerra Mundial. Ya no es adecuado para combatir los problemas del siglo XXI, que pueden afectar a la gente de cualquier parte del mundo. Necesitamos urgentemente nuevas ideas para afrontar la escala y la gravedad de los desafíos globales de hoy, que desbordan las posibilidades del sistema actual para hacerles frente".

Estas frases enuncian una verdad consabida de la que todos somos conscientes; y esto es, a todas luces, un premio creativo, un premio que mira al futuro. Algunos se apresurarán a reprochar al señor Szombatfalvy quijotismo o utopía. Pero tendrán que admitir que no hay cosa más realista que cinco millones de dólares. Que aportan a la iniciativa del señor Szombatfalvy cinco millones de seriedad y hasta cinco millones de lirismo.