“La izquierda quiere destrozar Madrid”, ha dicho la presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso (IDA). Va repitiendo este concepto de un tiempo a esta parte. Atribuye al presidente del Gobierno una inquina celosa hacia la capital. ¿De verdad cree Ida que Pedro Sánchez está procurando sabotear la ciudad en la que vive? Sería del género tonto.

Su compañero de Economía y Hacienda, Javier Fernández-Lasquetty, publicó ayer una entrevista en El Mundo en la que sigue la consigna de su jefa. Anoté algunas frases textuales. Según el señor Lasquetty, “hay una ofensiva contra Madrid para castigar a los madrileños por no votar al PSOE”. A veces decía cosas tan colosales que se les veía el plumero de propaganda disfrazada de meditación: “Parece que la obsesión del PSOE no es que las cosas mejoren en España sino que empeoren en Madrid, para que no se note lo mal que funcionan ellos”. Hombre…

Que los portavoces del gobierno de Madrid se quejen de que la seño les tiene manía es obsceno. A los catalanes les suena mucho esta obscenidad: es exactamente el mismo discurso victimista y quejumbroso del nacionalismo catalán, conceptualmente irrisorio, pero muy eficiente en captación de votos. Si tan bien le ha ido el victimismo a la derecha catalanista durante décadas, ¿por qué va a tener esta la exclusividad? ¿Por qué no va a recurrir la derecha madrileña a esta poderosa herramienta de poder?  

Es un discurso que aún no ha calado en la capital, todavía no me he encontrado a nadie que me diga “¡Hay que ver lo mal que trata el Gobierno a Madrid!”, porque existe el sentido del ridículo y porque no está en la mentalidad de los madrileños la costumbre de quejarse, de ir de víctima. Pero con un poco de insistencia calará, pues parece que sea casi irresistible el placer de lloriquear y de culpar de tus propias insuficiencias a un enemigo exterior. Sabemos muy bien cómo va esto. Es cuestión de tiempo y de más propaganda.

Dicho lo cual, es curioso (o, según cómo se mire, es cosa de pura lógica) que sean los representantes de las regiones más ricas y favorecidas de España las que más maltratadas por el Estado dicen estar: las Vascongadas, Cataluña, y ahora, Madrid.

Este naciente nacionalismo madrileño que postula Ida va del brazo de una práctica económica antisolidaria y antinacional, pero cuya responsabilidad no se le puede achacar a ella: el dumping fiscal, la absorción de talentos y empresas mediante atractivos fiscales.

Digo que no se le puede achacar a ella porque lo que hace la presidenta es aplicar la lógica legal y dialéctica del Estado de las Autonomías, como también se hace, por ejemplo, en Cataluña, solo que al revés: como bien sabemos, en Cataluña se aprovecha la autonomía para inventarse nuevos impuestos con los que exprimir a los ciudadanos en beneficio de la maquinaria político-funcionarial en el poder desde siempre.

Es la lógica del Estado de las Autonomías: la descentralización a ultranza, impuesta por la necesidad de las fuerzas políticas nacionales de pactar con los regionalismos para obtener su apoyo a cambio de cesiones de soberanía.

Un modelo suicida que multiplica los gastos, exacerba la diferencia y el chovinismo, crea califatos irrespirables y provoca que las regiones compitan entre sí, en vez de colaborar. Si de verdad la soberanía reside en el pueblo, ¿cómo es que un ciudadano pagará más impuestos de sucesión o de IRPF dependiendo de si reside en Madrid o en Barcelona? 

Periódicamente se habla de la conveniencia de reformar la Constitución, por ejemplo para someter a referéndum la continuidad de la monarquía o su sustitución por un régimen republicano. El estamento político, por motivos de interés monetario obvio, nunca planteará una reforma mucho más urgente y perentoria: la sustitución –o la severa reducción— del Estado de las Autonomías por un Estado más vertebrado, igualitario, barato y eficiente. Por consiguiente, más democrático.