El caso del inquilino, un turbio sujeto llamado Timur, que realquila a través de Airbnb el piso en el que supuestamente iba a vivir --o sea: parásito de otro parásito--, ilustra el estado de las cosas de la marca Barcelona. La ciudad se muere de éxito.

No tiene nada de raro que, según un sondeo, los vecinos crean que el primer problema de Barcelona es el turismo. Ni es extraño que la alcaldesa y su equipo se propongan controlarlo, aunque en vano, pues no disponen de las herramientas legislativas precisas.

En efecto, el turismo es el responsable de la burbuja inmobiliaria, que junto a los efectos a largo plazo de la crisis, el coste creciente de la vida y los sueldos a la baja, está expulsando de las ciudad a los jóvenes, les frustra, les fuerza a alquilar zulos a mil euros o a resignarse a vivir en casa de papá y mamá hasta que encanecen.

Barcelona se muere de éxito. La ciudad, sencillamente, se ha vuelto demasiado cara

Barcelona, sencillamente, se ha vuelto demasiado cara. El síntoma infalible de que a uno le van a subir el alquiler de su piso es ver que alrededor se alzan hoteles y se inauguran locales de restauración para extranjeros. La imagen de un grupito de jóvenes pálidos arrastrando ruidosamente sus maletas rodadas por las anfractuosidades de las aceras, imagen que antes pudo ser evocadora y simpática, ahora resulta odiosa.

Contra estas evidencias de nada vale que nos digan que está muy mal criticar el turismo, porque esos chicos pálidos son una fuente de riqueza y crean puestos de trabajo: la riqueza no se distribuye, y el puesto de trabajo está muy mal pagado. Es así, y lo sabes.

El origen de esta catástrofe está en los alcaldatos de Pasqual Maragall. Él restauró una ciudad gris y áspera, la pintó, la "puso guapa", la hizo atractiva. Y luego resulta que ese atractivo era incontrolable. "Hostes vingueren que de casa ens tragueren" (vinieron huéspedes, y nos sacaron de casa). Vaya listo. Para eso, prefiero un tonto.

La maldición de Barcelona es la maldición de las chicas demasiado guapas: tanto las rondan y halagan los hombres que es fácil que pierdan el sentido de la realidad. Se idiotizan. De ahí el tópico de que las guapas son tontas. Pues sí, suelen serlo, pero la culpa no es de ellas.

Nadie se resigna a quedarse en casa con la peste de la familia, pudiendo tenerlos distraídos mirando cosas pintorescas y "culturales"; y nadie se permite el lujo de pensar en el daño que su paseo familiar hace a los demás

En Mallorca, que se adelantó a Barcelona en buscar la solución en el turismo, ahora se encuentran con un problema paradójico: necesitan empleados en el sector servicios, pero el sueldo que se les paga a éstos no alcanza para el alquiler de la vivienda.

El mundo funciona por inercia; vamos a ver, ¿quién echa el freno? ¿Y dónde? ¿En Mallorca, por ejemplo, con el hambre secular que había, había que poner coto al turismo, que tanta riqueza ha llevado allí? No, claro.

¿Quién, que esté casado y tenga hijos, se resiste a irse de vacaciones a Lisboa o a Barcelona, alquilando un piso a Airbnb, en vez de tres habitaciones prohibitivas en un hotel, o en vez de quedarse en casa?

Nadie. Nadie se resigna a quedarse en casa con la peste de la familia, pudiendo tenerlos distraídos mirando cosas pintorescas y "culturales"; y nadie se permite el lujo de pensar en el daño que su paseo familiar hace a los demás.

Y así, intentando respirar fuera del agua, intentando soportar y complacer a nuestros seres queridos, es como lo iremos destruyendo todo, fatalmente, por amor: empezando por las mujeres bonitas; siguiendo por las ciudades; después vendrán los países; y los continentes; y etcétera, todo lo que se nos ponga por delante, más allá de las estrellas.