Esta semana un titular de prensa advertía de que 'Cataluña vería "un escándalo y un disparate" trasladar los bienes de Sijena del MNAC". ¡Caramba! ¡Parece que Cataluña había hablado, manifestando su malestar, su gran fastidio por la insistencia de las autoridades aragonesas en recuperar lo que es suyo! ¿Mediante qué prodigio metafísico y paranormal había hablado el país, y cómo se había escuchado la telúrica voz de Cataluña? ¿Mediante un oráculo, en alguna cueva de Montserrat, un monje que entiende el lenguaje de las piedras?

Leída la noticia, resultaba que no era Cataluña sino el conseller de Cultura, el honorable Santi Vila, el que había declarado a Europa Press que la devolución le parecería "un escándalo y un disparate". Acabáramos. Estábamos en lo de siempre: en la confusión interesada entre el país y la famiglia.

Tanto pleitear por los llamados "papeles de Salamanca" debería haber hecho comprender a nuestras autoridades que a los bienes aragoneses se les debería aplicar el mismo criterio

El honorable Santi Vila se desautoriza solo. ¿A quién le importa lo que piensa? Semanas atrás manifestó una disposición al diálogo y voluntad de entendimiento con Aragón, pero desde su partido le han dado un buen tirón de orejas y ahora ha decidido rectificar y amenazar veladamente con un levantamiento popular si Aragón intenta llevar a la práctica lo que los tribunales eclesiásticos, civiles y penales vienen dictaminando desde hace ya diez años: que los bienes sustraídos, con buenas o malas intenciones, del monasterio oscense de Santa María de Sijena durante la Guerra Civil, y trasladados a Barcelona, donde se conservan y exhiben desde entonces en el MNAC de Barcelona, y las piezas de arte sacro de los pueblos aragoneses conservados en el museo de Lleida no son de Lleida ni de Barcelona ni pertenecen a la Generalitat ni al honorable Santi Vila. Son de Aragón. Evidencia palmaria, nominal.

Lo entendió en su día la consellera Caterina Mieras, pero el Parlament (incluido el PSC) la desautorizó. Lo entiende hasta Santi Vila, aunque por imperativos políticos no se atreva a reconocerlo. Yo soy tan catalán por lo menos como él pero tengo la convicción de que el lugar de nacimiento no tiene que ser un obstáculo para reconocer la verdad y el derecho en asuntos tan evidentes.

Tanto pleitear por los llamados "papeles de Salamanca" debería haber hecho comprender a nuestras autoridades que a los bienes aragoneses se les debería aplicar el mismo criterio, sin más triquiñuelas ni dilaciones ni excusas de mal pagador. Pero es muy propio del nacionalismo exigir lo propio, y también parte, por lo menos, de lo ajeno.

La única excepción podría ser las pinturas de la sala capitular de Sijena que se exhiben en el MNAC, en el caso de que efectivamente vayan a sufrir peligro de destrucción o más deterioro si se las somete a un nuevo traslado. Pero eso debería decidirlo un comité de peritos neutrales, no a sueldo de la Generalitat, claro está.