Los menas (acrónimo de menores extranjeros no acompañados) y los incendios son síntomas de los mayores problemas del presente y del futuro inmediato en Cataluña y en toda España. Estos dos signos de los tiempos están íntimamente relacionados.

Los incendios son la viva metáfora del fenómeno que diagnostica Latour en su último libro Dónde aterrizar: “el suelo se está desintegrando” y hay una carencia universal de espacio que compartir y de tierra habitable.

El suelo en muchos países centro y suramericanos es inhabitable, y es por eso por lo que emigran o se exilian cada año miles y miles de desdichados hacia los Estados Unidos. Pero allí no se les deja entrar, porque la verdad es que ya tampoco hay “suelo” disponible para nuevas oleadas de emigrantes como lo había en los buenos viejos tiempos cuando los padres peregrinos y sus hijos exterminaron en nombre de la democracia y la igualdad de oportunidades cientos de tribus indias y se repartieron sus tierras. Pero ahora ya no hay carrera de Ocklahoma que valga, ahora el territorio está parcelado al milímetro y en cada árbol un cartel avisa de que ahí empieza una propiedad privada y al que se atreva a entrar se le recibirá a tiros: ”Posted!”.

Buena parte de África también es inhabitable: la miseria del suelo, la necesidad, las tiranías insufribles, las guerras, todo son factores que estimulan a la juventud a arriesgar la vida para ir hacia el norte y buscar un futuro allá, donde, si no se supone que como en el famoso poema de Espriu la gente sea “limpia y noble, culta, rica, libre, despierta y feliz” por lo menos haya espacio para vivir.

Así, ahora nos encontramos con cientos y miles de chicos menores de edad legal, sin oficio ni beneficio, sin dinero, sin casa, sin familia, que vienen, o son enviados, mayormente de Argel y Marruecos, a buscarse la vida en Europa. Hay que imaginarse el estrés y la enajenación de una experiencia así y la sensación como de ser un astronauta en Marte. Es una tragedia. Como no es lógico suponer que los padres y madres marroquíes son gente malvada que solo desean librarse de sus hijos, hay que pensar que allí también se da una carencia extrema de “tierra habitable”.

¿Qué hacer con ellos? Lo que de momento se hace es una política de urgencia, paños calientes aplicados a una hemorragia caudalosa: de momento, mientras se reza pidiéndole a Dios que haga un milagro y ya no vengan muchos más, se les aloja en los pueblos de los alrededores de Barcelona, en una especie de cuarteles o internados escolares con catres y duchas, donde se les intenta dar un poco de educación y se les enseñan, supongo, maneras de mesa. No hace falta mucha imaginación para hacerse cargo de que el desarraigo, la incertidumbre, la nostalgia, la extrañeza de las nuevas leyes y costumbres, los valores aprendidos en la infancia, tan diferentes de los que aquí imperan, la conciencia de extranjería, el rencor social, las visiones de un mundo de prosperidad lleno de cosas deseables pero intocables, trabajan su psique como otras formas de la angustia y no para lo mejor.

La mayoría se comportan, claro, son buenos chicos, solo quieren una oportunidad, solo anhelan ganarse la vida cuanto antes en un oficio honesto y enviar dinero a sus familias. Algunos salen en pandilla por ahí a ver qué pillan y cometen tropelías más o menos graves. Con que se junten dos o tres de estos últimos, la seguridad y la tranquilidad general de un pueblo queda alterada, las mujeres dejan de poder andar solas, los comerciantes han de extremar la vigilancia. Cuando algunos vecinos del pueblo se hartan de estas tropelías y se reúnen ante sus refugios en busca de revancha, los medios de comunicación acusan a los “fachas”, a los “ultras”. ¡Y hasta alguno insinúa que es culpa de Ciudadanos! Se trata de no ver, ni señalar, bajo ningún concepto, el problema real y sus dimensiones futuras.  

A los 18 años, los menas --sean buenos chicos o sean malotes-- tienen que "abandonar la casa” como los zafios de Gran Hermano. Y entonces se les deja en la calle con una mano delante y otra detrás. Búscate la vida por ahí. ¿Por casualidad tienes una licenciatura en informática? ¿No? Pues es una lástima porque si la tuvieras a lo mejor te podíamos conseguir trabajo. En fin, comprende, muchacho, que tu sustento y destino no son responsabilidad de esta Administración, que no es una orden de caridad universal sino que se debe al servicio del pueblo que la paga y sostiene con sus impuestos. Ten, un bocata, adiós y procura no andar torcido.

Hay que pensar ahora en los incendios de cada verano, símbolo y acelerador de la mutación climática, de la desintegración del suelo, de la carencia de espacio. Hace 40 años los producían los propietarios de terrenos por interés económico, con el objetivo de recalificar terrenos y vender la madera. Luego están los tarados pirómanos, que babean contemplando las llamas devorando los bosques. Ahora ya creo que los incendios se producen hasta por combustión espontánea en el contacto de la materia altamente inflamable y el aire candente.

Estos incendios y estos menas son los adelantados de un caos catastrófico producido por la mutación climática y las migraciones masivas que se retroalimentan y que no hemos sabido o no hemos querido ver y que inevitablemente se multiplicarán a la enésima potencia, dentro de menos tiempo del que nos gustaría. Leí el otro día que Vattimo anhela “morir antes de que reviente todo”. No es el único que cree que con el Estado del Bienestar que se orquestó después de la Segunda Guerra Mundial y que ahora se va deconstruyendo pieza a pieza implacablemente, hemos vivido una época estupenda, aunque ciega ante el futuro, por la que ya doblan las campanas y a la que es imposible regresar. Era un espejismo que nos ha llevado hasta aquí, al borde del abismo.

Que esos fenomenales estadistas de ERC y JxCat que dirigen Cataluña se reprochen recíprocamente la incompetencia de unos ante los incendios y de los otros ante los conflictos con los menas, como niños caprichosos que riñen por sus malditos cromos de futbolistas en medio de un bombardeo, solo confirma la insoportable levedad de nuestra dirigencia política, apta para jugar con el Estado al gato y el ratón, para organizar estúpidas kermesses en las que todos los participantes compiten a ver quién está más feo con camiseta amarilla y para llenarse la boca con grandes palabras vacías, pero no para encarar --no digamos ya prever-- los problemas reales con conocimiento e imaginación.

Hay que hacer grandes ejercicios de respiración para mantener la serenidad y no aborrecer a estos irresponsables, y no estoy seguro de que el esfuerzo merezca la pena.